miércoles, 26 de agosto de 2015

Cuidado con la parcialidad 26 agosto




Hay un mal que he visto debajo del sol, un mal que crece en lugar de disminuir. Y es tanto más peligroso cuanto que es hecho sin premeditación dolosa, sino más bien descuidadamente y sin mala intención.

Es el mal de darles a los que tienen y de retener de los que no tienen. Es el mal de bendecir con voz alta a los que ya tienen bendición, y de dejar que los no benditos y marginados queden olvidados.

Que aparezca un hombre en una comunión cristiana loca, y que sea uno cuya fama suena, cuya presencia vaya a añadir algo al que lo agasaja, y de inmediato se abren una docena de hogares y se le ofrece todo tipo de bien dispuesta hospitalidad. Pero los oscuros y poco conocidos tienen que contentarse con sentarse en los márgenes del círculo cristiano, sin verse una vez invitados a ningún hogar.

Éste es un gran mal y una iniquidad que espera al juicio del gran día. Y está tan extendido que apenas si alguno de entre nosotros puede afirmar estar libre de él. Así que lo condenamos con la mayor de las humildades y con el reconocimiento de que también nosotros tenemos una medida de culpa.

Ninguna persona observadora Intentará negar que una gran cantidad de dinero cristiano está siendo gastado en aquellos que no lo necesitan, mientras que los pobres y los necesitados y los que carecen de ayuda quedan muchas veces relegados y sin ayuda, aunque sean también cristianos y siervos de nuestro común Señor. (La iglesia moderna parece ser en esta cuestión, tan ciega y parcial como el mundo.)

Nuestro Señor nos advirtió en contra del lazo de mostrar bondad sólo a los que puedan devolverla, y con ello cancelar todo bien positivo que podamos haber pensado que hacíamos. Mediante este criterio, se está desperdiciando una gran cantidad de actividad religiosa en nuestras iglesias. Invitar a unos bien alimentados y bien cuidados amigos a compartir nuestra hospitalidad con el pleno conocimiento de que seremos invitados para recibir la misma bondad por nuestra parte a la primera tarde conveniente no constituye en ningún sentido un acto de hospitalidad cristiana. Es de la tierra, terrenal; no comporta sacrificio alguno; su contenido moral es nulo, y será contado como madera, paja y hojarasca ante el tribunal de Cristo.

El mal que aquí se discute era común entre los fariseos de los tiempos del Nuevo Testamento. En el capítulo 23 de Mateo Cristo denunció implacablemente todo aquello, y al hacerlo se ganó la enemistad imperecedera de los que así actuaban. Los fariseos eran malos no porque agasajaban a sus amigos, sino porque no agasajaban a los pobres y a los del común del pueblo. Una amarga acusación que lanzaron contra Cristo fue que recibía a los pecadores y que comía con ellos. A esto ellos no estaban dispuestos a rebajarse, y en su gran soberbia se volvieron siete veces peores que los peores entre los pecadores a los que tan fríamente rechazaban.

A pesar de nuestro culto externo a la democracia, los americanos son decididamente una gente muy clasista. Los mismos políticos, educadores y líderes eclesiales entre nosotros que cantan las alabanzas del hombre de la calle y que defienden la igualdad de derechos para todos, se mantienen en la práctica privada tan lejos del común de la gente como lo pudiera hacer el más orgulloso monarca. Existe entre nosotros una aristocracia compuesta de gente famosa, de ricos, de leones sociales, de actores, de figuras públicas y de gente que por una u otra causa ocupa los titulares de la prensa, y éstos constituyen una clase aparte. Por debajo de ellos, y con los ojos abiertos de admiración, se encuentran los millones de hombres y mujeres anónimos que constituyen la masa de la población. Y nada tienen en su favor excepto que estaban en el corazón de Jesús cuando murió en la cruz.

Dentro de la iglesia existe también una consciencia de clase, un reflejo de la que existe en la sociedad. Y ha pasado a la iglesia procedente del mundo. Su espíritu es totalmente extraño al espíritu de Cristo, y desde luego totalmente opuesto al mismo; y, sin embargo, condiciona en gran medida la conducta de los cristianos. Ésta es la fuente del mal que mencionamos aquí.

Las iglesias evangélicas que comienzan generalmente con los humildes no se sienten satisfechas, en general, hasta que alcanzan un cierto grado de riqueza y de aceptación social. Luego gradualmente van distribuyéndose en clases, lo que queda mayormente determinado por la riqueza y educación de los miembros. Las personas que comprenden la capa superior de estas varias clases prosiguen para llegar a ser columnas de la sociedad religiosa, y pronto se atrincheran en puestos de liderazgo y de influencia. Es entonces que les viene la gran tentación, la de cuidar de su propia clase y de descuidar a los pobres e ignorantes que componen la mayor parte de la población a su alrededor. Pronto se endurecen frente a cada llamamiento del Espíritu Santo para devolverles a la mansedumbre y a la humildad. Sus hogares son intachables, sus vestidos los más caros, sus amigos los más exclusivos. Aparte de alguna tremenda conmoción moral, están más allá de toda ayuda. Y sin embargo pueden estar entre los más activos exponentes de la cristiandad bíblica y grandes dadores a la causa de la iglesia.

No nos indignemos ante esta clara descripción de la realidad. Más bien humillémonos para servir a los pobres de Dios. Busquemos ser como Jesús en nuestra dedicación a los olvidados de la tierra que nada tienen para apoyarlos excepto su pobreza, su hambre de alma y sus lágrimas.


A. W. TOZER - (“CAMINAMOS POR UNA SENDA MARCADA")







TRADUCCIÓN