viernes, 28 de agosto de 2015

Ayuda de las pruebas de Pablo 28 agosto




El cristiano que se encuentra en problemas por causa de su fe puede recibir mucha consolación de las epístolas de Pablo a los corintios.

En ningún otro lugar del Nuevo Testamento se ve con tanta claridad la humanidad del gran apóstol como cuando siente el agobio de los crueles ataques del bloque antipaulino de la iglesia en Corinto. Sus sufrimientos son allí tanto más agudos y cercanos a los sufrimientos de Cristo cuanto que son interiores y del alma. Porque el alma siempre puede sufrir como no puede hacerlo el cuerpo.

Los detractores corintios de Pablo trataron primero de desacreditarlo por completo lanzando una campaña de maledicencia que venía a decir que no era apóstol, sino un impostor hambriento de poder que intentaba llevarlos bajo su control. Cuando el apóstol hubo escrito su réplica en defensa de su autoridad apostólica, ellos variaron de táctica, acusándolo de otros tipos de doblez. «Se da a sí mismo como referencia de sí mismo», decían sarcásticamente. «Tiene que llevar cartas de recomendación como un común predicador itinerante. Un hombre así no puede ser un apóstol.» Pablo tuvo que responder a esto, y lo hizo. Pero no fue fácil. Su Segunda epístola a los Corintios fue seguramente una de las más difíciles que fuera jamás llamado a escribir, porque se vio obligado, por causa de la iglesia, a hablar en defensa propia. Sus amados hermanos cristianos tienen que confiar en él si él va a poder ayudarlos, por lo que va a exponer con claridad su causa, incluso si toda su alma se siente repelida ante la tarea. Las palabras «Hablo con insensatez», «Me he hecho un necio», indican lo profundamente que sintió la humillación. Pero se sacrificó por el bien de la iglesia, y dejó que sus enemigos pensaran lo que quisieran. Así era el proceder de Pablo.

Al leer Segunda de Corintios, es difícil reprimir un sentimiento de verdadera compasión hacia aquel hombre noble mientras suda bajo los acerbos azotes del enemigo. Pero tal compasión sería malgastada ahora. Ya hace mucho que está donde los malvados dejan de turbar y donde los fatigados reposan. Durante muchos y dilatados años, sus ojos han gozado de la beatífica visión en la tierra en la que La roja rosa de Sarón destila su flor encantadora y el aire del cielo llena con su arrebatador perfume.

Él camina ahora con el noble ejército de mártires y comparte la agradable compañía de los profetas y la gloriosa presencia de los apóstoles. No necesita de nuestra compasión.

Pero podemos aprender mucha verdad de Pablo y de sus aflicciones, alguna de ella de tipo deprimente, y otra sumamente exaltadora y maravillosa. Podemos aprender, por ejemplo, que la malicia no necesita de qué alimentarse; puede alimentarse de sí misma. Un espíritu contencioso encontrará siempre algo acerca de lo que contender. Un criticón encontrará ocasión para acusar a un cristiano incluso si su vida es tan casta como un carámbano y tan pura como la nieve. Un hombre de mala voluntad no duda en atacar, incluso si el objeto de su aborrecimiento es un profeta o el mismo Hijo de Dios. Si Juan viene ayunando, dice que tiene demonio; y si Cristo viene comiendo y bebiendo, dice que es un bebedor de vino y un glotón. Los hombres buenos son hechos ver como malos mediante el sencillo truco de dragar del fondo de su corazón el mal que hay allí y atribuyéndolo a ellos.

Pero las pruebas de Pablo nos dan algo más que esta bendición de carácter negativo. También nos enseñan lecciones positivas que nos ayudan a soportar la aflicción mediante aquella bien conocida ley psicológica por la que somos capaces de identificarnos con otros y «dividir nuestros dolores mientras que doblamos nuestros gozos». Es siempre más fácil sobrellevar lo que sabemos que otro ha sobrellevado con éxito antes que nosotros. También vemos en las pruebas y triunfos de Pablo que la felicidad no es algo realmente indispensable para un cristiano. Hay muchos males peores que las penas del corazón. Apenas si será necesario decir que una felicidad prolongada en realidad lo que hace es debilitarnos, y ello especialmente si insistimos en ser felices como los israelitas insistieron en comer carne en el desierto. Al hacerlo así, podemos tratar de esquivar aquellas responsabilidades espirituales que por su propia naturaleza conllevarían una cierta medida de agobio y aflicción al alma.

Lo mejor es no buscar ni tratar de evitar las pruebas, sino seguir a Cristo, y tomar lo amargo y lo dulce según el lo dirija todo. No es importante que en un momento determinado seamos felices o infelices. Todo lo que importa es que estemos en la voluntad de Dios. Podemos sobrellevar con toda tranquilidad en sus manos el incidente de la pena de corazón o de la dicha. Él sabrá cuánto necesitamos de cualquiera o de ambas cosas.


A. W. TOZER - (“CAMINAMOS POR UNA SENDA MARCADA")







TRADUCCIÓN