sábado, 15 de agosto de 2015

Amar es la voluntad de la intención 15 agosto




Entre las víctimas inocentes de esta estéril y degenerada época no hay ninguna tan pura y hermosa como el amor.

Después del término Dios con sus varias formas, no hay término tan bello en todo el idioma. Pero se puede decir sin ambages que esta hermosa palabra ha sufrido de tal manera en casa de sus amigos que ahora apenas si es reconocible. Para la inmensa masa de la humanidad, el amor ha perdido su sentido divino. El novelista, el autor teatral, el psicoanalista, el escritor de canciones populares de amor, han abusado durante demasiado tiempo de este bello ser. Por amor al dinero, la han arrastrado por las cloacas de la mente humana hasta que al mundo no le parece que se trata de nada más que de una ramera desaliñada y gorda para la que nadie tiene ni el menor respeto, la mención de cuyo nombre sólo suscita un guiño o una sonrisa afectada llena de embarazo. Al perder el contenido divino del concepto del amor, al hombre moderno le queda ahora sólo lo que sería de esperar; una desvergonzada zafia a la que corteja día y noche con unas canciones que harían ruborizar a un chimpancé.

El hombre civilizado ha causado esta trágica caída al asociar el amor exclusivamente con el sexo, y luego popularizando el error con todos los medios a su disposición. Millones de jóvenes hoy son totalmente incapaces de pensar en el amor excepto en términos de la indigna promiscuidad de Hollywood. Los diarios informan hoy en día de los numerosos casamientos de la gente del cine con cifras: «Era el tercer casamiento para ella: el cuarto de él.» Y si no fuera cosa tan trágica para los interesados, seria enormemente cómico leer acerca de una estrella de la pantalla entrevistada por la prensa, asegurando solemnemente al público que en aquel momento no está «enamorada». Éste es un empleo totalmente degradante de la palabra, y habla más de bestias que de hombres hechos a imagen de Dios.

Para millones de personas, él amor es una atracción emocional, nada más que esto, y tan inestable e impredecible como un relámpago. En cambio, la Biblia enseña que el verdadero amor es un principio benevolente, y que está bajo el control de la voluntad. Si el amor fuera meramente una emoción, ¿cómo podría Él mandarnos que lo amemos, o que amemos a nuestro prójimo? Nadie puede «enamorarse» por orden de otro, si enamorarse significa verse repentinamente atrapado por un ataque de amor, en el sentido en que uno puede verse sacudido por una descarga eléctrica o por un severo ataque de tos.

«Amar», dijo Meister Eckhart, «es la voluntad de la intención». Con esta definición es posible obedecer el mandamiento divino de amar a nuestro prójimo. Puede que no seamos capaces en mil años de sentir un brotar de emoción para con ciertos «prójimos», pero podemos ir delante de Dios y decidir solemnemente amarlos, y el amor vendrá. Por la oración y una aplicación del poder penetrante de Dios, podemos dirigir nuestros rostros a querer el bien de nuestro prójimo, y no su mal, todos los días de nuestras vidas, y esto es amor. La emoción puede que venga, o puede que no se dé un cambio apreciable en nuestros sentimientos hacia él, pero es la intención lo que importa. Querremos su paz y prosperidad, y nos pondremos a su disposición para ayudarlo en todas las formas posibles, incluso hasta el punto de poner nuestras vidas por causa de él.

El amor, así, es un principio de buena voluntad, y está en buena medida bajo nuestro control. No se niega aquí que pueda ser avivado hasta llegar a ser un fuego gigantesco. Desde luego, el amor de Dios por nosotros tiene en si una poderosa carga de sentimiento, pero por debajo de todo ello hay un principio permanente que desea nuestra paz. Probablemente, el amor de Dios para con la humanidad nunca fue más hermosamente expresado que por el ángel en el nacimiento de Cristo: «gloria a Dios en lo más alto; y en la tierra paz; buena voluntad para con los hombres.»


A. W. TOZER - (“CAMINAMOS POR UNA SENDA MARCADA")







TRADUCCIÓN