Jeremías habló
de predisponer el corazón para buscar a Dios (ver Jeremías 30:21). Jeremías
también propuso en su corazón buscar al Señor, y la Palabra de Dios vino a él.
Una y otra vez leemos del profeta que “La palabra del Señor vino a Jeremías”.
Muchos comentaristas
llaman a Jeremías “el profeta que lloraba” y eso verdaderamente es cierto
acerca de él. Pero este hombre también nos trajo el evangelio más feliz y más
lleno de alabanza en el Antiguo Testamento. Después de todo, él habló de la
gloria venidera (ver Jeremías 32:40).
Y esas son
buenas noticias. La profecía que nos da Jeremías es llena de misericordia,
gracia, gozo, paz y bondad. Pero vea usted, hay una historia personal detrás de
cada palabra de Jeremías aquí. Y esa historia incluye un quebrantamiento más
allá de la capacidad de un ser humano.
Jeremías
escribió, “¡Mis entrañas, mis entrañas!
Me duelen las fibras de mi corazón; mi corazón se agita dentro de mí, no
callaré, porque sonido de trompeta has oído, alma mía: ¡un pregón de guerra!
(4:19). “¡Ay, si mi cabeza se hiciera agua y mis ojos fuentes de lágrimas,
para llorar día y noche a los muertos de la hija de mi pueblo!” (9:1).
Jeremías
lloraba lágrimas santas que no eran suyas propias. Verdaderamente, este profeta
actualmente escuchó a Dios hablar acerca de lo que sentía en su corazón herido
y de su llanto. Primero, el Señor advirtió a Jeremías que él enviaría juicio
sobre Israel. Luego le dijo al profeta, “Por los montes levantaré lloro y
lamentación, y llanto por los pastizales del desierto” (9:10). La palabra
Hebrea que se usa aquí para lamento, significa “llanto”. Dios mismo estaba
llorando sobre el juicio que vendría sobre su pueblo.
Cuando Jeremías escuchó esto, él compartió la pena
que Dios tenía sobre su pueblo. Así que, ¿qué sucede cuando nosotros
compartimos con Dios la carga de su llanto? En retorno, el Señor comparte con
nosotros su propia mente y pensamientos. Jeremías testificó sobre esto. Él
había recibido un conocimiento discerniente de los tiempos, que le permitía ver
lo que venía. “Porque Jehová de los ejércitos, que te plantó, ha decretado el
mal contra ti… Jehová me lo hizo saber, y lo supe; entonces me hiciste ver sus
obras” (Jeremías 11:17-18). A cualquier santo
quebrantado y saturado de la Palabra, le será dado un sentido de
discernimiento acerca de los tiempos.
Yo creo que
Dios tiene un corazón humano, y ese corazón es Cristo, el cual es la propia
esencia del Padre. Él es el corazón humano de Dios, que es tocado por nuestros
sentimientos de dolor. ¡Él lloró! ¡Él cantó!
Él se regocijó.
Los preciosos
hombres de Dios son privilegiados en compartir los sentimientos, el gozo y los
dolores de ese corazón humano y eterno de Dios.
DAVID WILKERSON - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)