“Fijemos la mirada en Jesús, el iniciador y perfeccionador
de nuestra fe, quien por el gozo que le esperaba, soportó la cruz,
menospreciando la vergüenza que ella significaba, y ahora está sentado a la
derecha del trono de Dios.” Hebreos 12:2
Desde el momento que el
pecador cree, el hacha queda puesta en la raíz del dominio de Satanás. En
cuanto aprende a confiar en el Salvador designado, comienza su cura sin lugar a
dudas y en breve será llevado a la perfección. Después de la fe viene la
gratitud. El pecador dice: «Yo confío en el Dios encarnado para que me salve.
Yo creo que él me ha salvado». Bueno, ¿cuál es el resultado natural? Cómo puede
un alma que es agradecida evitar exclamar: «¡Bendito sea Dios por su don
inefable!» y «¡Bendito sea su querido Hijo que con tanta libertad dio su vida por
mí!» No sería natural, sería algo incluso inferior a lo humano, si el sentido
de tal favor no fuera la gratitud.
La emoción que le sigue
a la gratitud es el amor. ¿Ha hecho él esto por mí? ¿Estoy bajo tal
obligación? Entonces amaré su nombre. El pensamiento que le sigue al amor
es la obediencia. ¿Qué debo hacer
para agradar a mi Redentor? ¿Cómo puedo cumplir con sus mandamientos y dar
honor a su nombre? ¿No te das cuenta que el pecador se sana con más rapidez? Su
enfermedad era que él estaba completamente fuera de sintonía con Dios y se
resistía a la ley divina, pero ¡míralo ahora! Con lágrimas en sus ojos se
lamenta de haber ofendido alguna vez, gime y sufre por haber lacerado a un
amigo tan querido y causarle tales penas y está pidiendo con amor y ahínco:
«¿Qué puedo hacer para mostrarte que me aborrezco por mi pasado y que amo a
Jesús para el futuro?»
(A través de la Biblia en un año: Levítico 25-27)
CHARLES SPURGEON - (Dev. “A LOS PIES DEL MAESTRO”)