Nehemías fue un hombre
de gran intensidad para Dios. “Vino Hanani, uno de mis hermanos, con algunos
varones de Judá, y les pregunté por los judíos que habían escapado, que habían
quedado de la cautividad, y por Jerusalén. Y me dijeron: El remanente, los que
quedaron de la cautividad, allí en la provincia, están en gran mal y afrenta, y
el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas a fuego. Cuando oí estas palabras me senté y lloré,
e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos”
(Nehemías 1:2-4).
El remanente había
regresado al lugar santo, pero el oprobio y el letargo se habían infiltrado.
Las cosas seguían en una condición sepulcral; no se había hecho ningún progreso
espiritual.
La Escritura dice que
Nehemías comenzó a llorar, lamentarse y a hacer “oración… día y noche” (v 6).
No era un asunto de ser desper-tado por Dios a mitad de la noche y que de pronto
cayera sobre él una carga en su alma. ¡No! ¡Este hombre de Dios fue quien
inició la carga, él la pidió! “Yo pregunté a mis hermanos acerca del remanente”
(v 2).
Así también, Daniel
pasaba horas, días y semanas estudiando la Palabra de Dios. Dios no le lanzó una carga sobrenatural a
su corazón, en lugar de ello, Daniel humilló su propio corazón. Él
desarrolló y nutrió una verdadera carga por el pueblo de Dios al estudiar
diligentemente y obtener un entendimiento de lo que estaba diciendo: “Y volví
mi rostro a Dios el Señor, buscándole en oración y ruego, en ayuno, cilicio y
ceniza” (Daniel 9:3).
¡Hablando de
intensidad, aflicción y llanto! Daniel dijo: “En aquellos días yo Daniel estuve
afligido por espacio de tres semanas. No comí manjar delicado, ni entró en mi
boca carne ni vino, ni me ungí con ungüento, hasta que se cumplieron las tres
semanas... no tuve vigor alguno” (Daniel 10:2-3, 8).
Cuando la mano de Dios
tocó a Daniel, estas palabras vinieron del trono: “Desde el primer día que
dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios,
fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido” (v 12). En
hebreo, la palabra “humillarte” significa golpear la carne para ponerla en
sujeción. ¡Pablo también dijo: “Golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre”!
El Señor va a tener hoy
un pueblo que esté completamente entregado a Su obra; intenso, apasionado y
quebrantado, que dará cada hora libre y cada dólar extra a aquello que
represente Sus intereses en la Tierra.
DAVID WILKERSON - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)