Salomón tenía su vida
dividida: una mitad para Dios y una mitad para sus placeres. La Palabra de Dios
lo convencía a medias. Él experimentó tristeza a medias y arrepentimiento a
medias… ¡con cambios a medias! No sé qué pasó, pero Salomón se convenció a
medias de que su mujer pagana no podía vivir en el Lugar Santo cerca del arca.
Así que decidió sacarla… ¡a mitad de camino de la ciudad! “Y pasó Salomón a la hija de Faraón, de la ciudad de David a la casa
que él había edificado para ella; porque dijo: Mi mujer no morará en la casa de
David… porque aquellas habitaciones donde ha entrado el arca de Jehová, son
sagradas.” (2 Crónicas 8:11).
¡La verdad era que
Salomón no quería renunciar a ella! Él sabía en su corazón que todo estaba mal
y eso lo estaba molestando en su interior. Puedo oírlo diciendo: “Sí, tengo que
hacer algo al respecto. Voy a demostrarle al Señor que quiero hacer lo
correcto”. ¿Pero la envió de vuelta a Egipto?
Nuestras iglesias hoy en día están llenas cristianos a
medias -convencidos a medias por la Palabra y arrepentidos a medias- que hacen
cambios a medias en sus vidas. Muy pocos “tiemblan ante la Palabra”. He escuchado
a muchos que todavía están viviendo descaradamente en pecado, que siguen
haciendo las mismas cosas de antes. Dicen: “Dios sabe que quiero hacer el bien,
Él ve mi corazón, realmente amo al Señor. He hecho algunos cambios y estoy
mejorando”. No es suficiente querer hacer el bien. ¡Tenemos que hacerlo!
Salomón edificó el
templo y había terminado todos sus proyectos de construcción, pero todavía
estaba viviendo en desobediencia en estas áreas, pensando que no había peligro
en ello. Sin embargo, Dios es tan misericordioso que siguió respondiendo sus
oraciones. Salomón seguía subiendo tres veces al año para ofrecer sacrificios y
se gozaba y alegraba en la presencia del Señor.
Creo que esta es la
posición más peligrosa en la que un cristiano puede estar: Sus oraciones
todavía son recibidas y hay gozo y alegría. Pero quedan, sin embargo, áreas de desobediencia
donde la Palabra no es la autoridad absoluta, mientras que el creyente es ciego
al deterioro que está tomando lugar.
Dios apareció otra vez
a Salomón con un sermón fuerte, una Palabra poderosa: “Camina en integridad.
Obedece a Mi Palabra”. Todo el tiempo, Salomón estaba alejándose de Dios,
endureciéndose y volviéndose insensible a la Palabra, cegado por las
bendiciones y misericordias de Dios. ¿Cuántos cristianos son bendecidos,
sienten el Espíritu de Dios, se sienten felices en Él, y dicen: “Todo está
bien, porque Dios me está bendiciendo”?
DAVID WILKERSON - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)