“No ceso de dar gracias por vosotros, haciendo memoria de
vosotros en mis oraciones, para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el
Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento
de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la
esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su
herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con
nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual
operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los
lugares celestiales” Efesios 1:16-20
La oración de Pablo por
la Iglesia era simplemente esta: “Que Dios les revele no sólo la grandeza
pasada sino la grandeza presente de Cristo”.
La Iglesia tiene gran
respeto por el Cristo que anduvo sobre la Tierra, el Jesús galileo, el maestro
y hacedor de milagros, el hijo de María. Nunca nos cansamos de escuchar y
contar los relatos de la grandeza de Jesús de Nazaret; de cómo echó fuera
demonios, venció toda tentación, abrió los ojos de los ciegos, abrió los oídos
de los sordos, hizo caminar a los paralíticos, restauró manos secas, sanó
leprosos, cambió el agua en vino, alimentó a las multitudes con unos cuantos
panes y peces ¡y resucitó a los muertos!
Sin embargo, en algún punto de la historia, ¡ponemos límites
a este Salvador grande, poderoso y hacedor de milagros! Hemos desarrollado una
teología que Le hace a Él, Señor sobre todo lo espiritual pero no sobre lo
natural. Por ejemplo, creemos que Él puede perdonar nuestros pecados, calmar
nuestro nerviosismo, quitar nuestra culpa, darnos paz y gozo, ofrecernos vida
eterna: todo esto en un mundo invisible, un mundo que no se ve. Pero no muchos
de nosotros Le conocemos como Dios de lo natural, Dios de los asuntos de cada
día: Dios de nuestros hijos, de nuestros trabajos, de nuestras cuentas, de
nuestros hogares y de nuestros matrimonios.
Pablo dice que
necesitamos una revelación del poder que Cristo tuvo desde el momento en que
resucitó de los muertos. Inclusive ahora, Jesús está sentado a la diestra de
Dios, poseyendo todo el poder en el Cielo y en la Tierra: “Sometió todas las
cosas bajo sus pies” (Ef. 1:22).
DAVID WILKERSON - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)