“Lo único que sé es que yo era ciego y ahora veo.” Juan 9:25
Todos los hombres son
ciegos. Nuestro padre Adán se encargó de extirparnos los ojos. Somos incapaces
de ver las cosas espirituales. No tenemos una óptica espiritual, esta ha
desaparecido para siempre. Cristo viene al mundo y los hombres tienen en muy
baja estima su evangelio, lo desprecian e incluso escupen al escuchar acerca de
él; el pensar en ello disgusta a la mayoría de los hombres. Él presenta el
Evangelio ante los ojos de los ciegos, un Evangelio que como el barro, parece
que hiciera a los hombres incluso más ciegos que antes, pero es por medio de «la locura del Evangelio» que Cristo salva a
aquellos que creen.
El Espíritu Santo es
como la fuente de Siloé. Vamos a él, o más bien, él viene a nosotros; la
influencia limpiadora del Divino Consolador lava la convicción de pecado que el
Evangelio produce; y he aquí, nosotros que éramos tan ciegos que no podíamos
ver la belleza de la divinidad ni la excelencia de las joyas que adornan la
corona de Dios, comenzamos a ver las cosas a la clara luz celestial y nos
regocijamos con todo nuestro corazón delante del Señor.
(A través de la Biblia
en un año: Lamentaciones 3-5)
CHARLES SPURGEON - (Devocional “A los Pies del Maestro”)