“Y dijo el Señor: no contenderá mi Espíritu con el hombre para siempre.” (Génesis 6:3 RVR)
Les ruego, hermanos, por el Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu, que se una conmigo en esta lucha, y que oren a Dios por mí.” (Romanos 15:30). El Espíritu Santo no es solamente un poder ciego, que viene a nuestros corazones y a nuestras vidas sin importar si es benéfico o no, sino una persona divina que nos ama con tierno amor. ¡Qué pensamiento más maravilloso!
¿Alguna vez en su vida se ha arrodillado y le ha dicho al Espíritu Santo: “Espíritu Divino, te doy gracias por tu gran amor por mí?” Ciertamente le debemos nuestra salvación tanto al amor del Espíritu, como al amor del Padre y al amor de Su Hijo. Si no hubiera sido por el amor de Dios el Padre, quien miró hacia abajo y me vio en mi estado de perdición, y anticipándose a mi caída y mi ruina envió a su propio Hijo a este mundo para morir en la cruz en mi lugar, todavía sería un perdido.
Si no hubiera sido por el amor de Jesucristo que vino a este mundo en obediencia al Padre y entregando su vida en la cruz del calvario, hizo un perfecto sacrificio expiatorio en mi favor, yo sería un perdido.
Pero si no hubiera sido por el amor del Espíritu Santo para mí, que en obediencia al Padre y al Hijo lo impulsó a venir a este mundo, para buscarme en mi condición de perdido, Él no hubiera venido.
Es ese amor que me tiene, lo que lo impulsa a seguirme día tras día, semana tras semana y mes tras mes, aun cuando yo, deliberadamente, le he dado la espalda y lo he insultado; que me ha seguido a lugares en donde seguirme debe haber sido una agonía para Él, hasta que al fin tuvo éxito en hacerme volver a mis cabales dándome cuenta de mi perdida condición, y en revelarme al Señor Jesús justamente como el Salvador que yo necesitaba. Impulsado por ese amor fue que el Espíritu Santo me indujo y me capacitó para recibir al Señor Jesús como mi Salvador y Señor. Si no hubiera sido por este benigno, paciente e incansable amor del Espíritu de Dios para mí, yo seguiría siendo hoy un perdido.
ORACIÓN. Sí, gustosamente vengo a darte gracias, querido Espíritu de Dios, por contender conmigo y por no darte por vencido cuando yo no escuchaba la voz de Dios ni doblaba mi rodilla ante el amor de mi Salvador. ¡Cuán profundamente debo haberte agraviado y enojado! Pero tu amor me abrumó cuando me mostraste el sacrificio de Jesús. Alabado sea tu nombre. Amén.
R. A. TORREY (Devocional Diario “EL ESPÍRITU SANTO”)