“El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti, y tenga de ti misericordia; el Señor alce sobre ti su rostro, y ponga en ti paz.” Números 6:24-26
Llegamos ahora a la segunda bendición: la bendición del Hijo. En el devenir de las edades, llegada la plenitud del tiempo, el Hijo de Dios se hizo también el hijo del hombre. Él vino a comunicar el amor del Padre y a manifestarlo en sí mismo. Nos faltaría tiempo para enumerar los actos del típico servicio que Él realizó.
“El Señor haga resplandecer su rostro sobre ti.” El rostro es quizá la parte más maravillosa del maravilloso cuerpo humano. Entre todos los rostros que Dios ha creado, no existen dos exactamente iguales. Aunque ocasionalmente conocemos personas que tienen un tremendo parecido, sus amigos íntimos que conocen bien sus expresiones, nunca se equivocan. ¿Y por qué no se confunden? Porque Dios así lo ha dispuesto, que el rostro revele el carácter y los sentimientos del individuo. Y es el propósito de Dios que el corazón de Cristo sea revelado a sus hijos. La voluntad de Dios es que “la luz que resplandeció en nuestros corazones, ilumine el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Corintios 4:6 RVR).
Donde está el brillo de Su rostro sabemos que hay más que perdón, gracia y favor. Restáuranos, oh Dios, todo poderoso; haz resplandecer tu rostro sobre nosotros, y sálvanos” (Salmo 80:7). ¡Qué maravillosa vista de la luz y el brillo de la apariencia de Jesús deben haber tenido los afortunados discípulos que fueron testigos de su transfiguración! Se nos dice que su rostro resplandeció como el sol. El proto-mártir Esteban vio los cielos abiertos y el rostro del Señor resplandeció sobre él, y cuando lo vio fue tan semejante a Él que aun sus últimas expresiones, en el momento de su muerte, correspondieron a las del Señor Jesús en la cruz. De igual manera, cuando Saulo de Tarso, convertido después en el apóstol Pablo, vio la gloria del Salvador resucitado, vio una luz que superaba la brillantez del sol, y el efecto de esa visión cambió su vida por completo. Y cuando el Señor hace brillar la luz de su presencia sobre sus hijos, se produce un cambio moral y progresivo que los conduce a ser semejantes a Él.
ORACIÓN. Señor Jesús, es la luz del conocimiento de la gloria de Dios la que transforma mi vida. Te pido que la luz de tu rostro brille en mi corazón. Mi único deseo es verte tal como tú eres. Amén.
HUDSON TAYLOR - (Devocional diario “SECRETOS ESPIRITUALES”)