“Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio
en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos, aunque la tierra sea removida, y
se traspasen los montes al corazón del mar; aunque bramen y se turben sus
aguas, y tiemblen los montes a causa de
su braveza.” Salmo 46:1-3
Puedes saber que tienes
graves problemas cuando tu mamá o tu papá te llaman usando tu nombre completo,
el de pila y tu apellido. Pero, ¿has tenido alguna de estas experiencias?
• Pusieron el plato de comida del gato sobre la mesa, y tu plato en el
suelo.
• Tus
padres le alquilan tu habitación a un estudiante de Mongolia, y todavía faltan
muchos años hasta que puedas formar tu propio hogar.
• Tu
mamá no le pone sábanas a tu cama.
• Te
dan espinaca de postre, mientras que todos los demás reciben postre de
chocolate.
• Tu
mamá consigue trabajo como comediante, y todos sus chistes son a expensa tuya.
• Tu
papá está en el patio de atrás pintando tu nombre en la casa del perro.
Todos tenemos la
necesidad de pertenecer, de ser parte de un núcleo humano. Y a pesar de que a
veces nos resulta difícil llevarnos bien en casa, la intención del Señor es que
nuestras necesidades sean satisfechas en nuestra familia. Su plan es que por más
cruel que sea el mundo, siempre podamos llegar a casa, sacarnos los zapatos, y
decir: "Aquí, yo puedo ser yo".
Es de lamentar que
muchos no pueden hacer esto cuando van a su casa. Y tarde o temprano, en algún
momento, todos nos sentimos desconectados de la familia, y no sólo porque nos
metimos en dificultades. Los hermanos y las hermanas pueden hacer que uno u
otro se sienta rechazado. A veces aun los padres se sienten malqueridos y que
no son apreciados. Cuando no nos estamos llevando bien con la familia, nuestro
hogar puede ser un lugar donde nos sentimos solos, o peor.
Quizá te sorprenda saber que Jesús sabía lo que era sentirse
rechazado en su propia casa. Sus hermanos y hermanas distaban de estar
entusiasmados por su ministerio (ver Juan 7:5). Además, careció de un hogar
mientras viajaba por todo Israel los últimos tres años de su vida terrenal (ver
Mateo 8:20).
Entonces, ¿cómo pudo
Jesús sentirse aceptado?
Jesús se apoyaba en el
hecho de que pertenecía a su Padre. Cuando vivió sobre la tierra, Jesús no
podía ver al Padre más de lo que lo puedes ver tú. Pero sabía que su Padre
estaba con él, y saberlo le daba una paz y seguridad que le daban fuerzas para
seguir adelante. Sabía la verdad del Salmo 90:1: "Señor, tú has sido
nuestro refugio de generación en generación".
Dios, quien está con
nosotros dondequiera que estemos, nos brinda un hogar precisamente donde
estamos. Es la clase de lugar que quiere que formemos los unos para los otros,
haciendo que el hogar en que vivimos sea un lugar seguro, tranquilo y
armonioso.
JOSH MCDOWELL - (Dev. "VIDA
NUEVA PARA EL MUNDO”)