¡Yo digo que estamos en
dificultades y ya es tiempo que despertemos! Con algunas excepciones, somos
como la iglesia de Laodicea. A decir verdad, hemos institucionalizado tanto el
laodiceanismo que pensamos que tibio es normal. Cualquier iglesia que este
ganando más de unos pocos para Cristo se considera “sobresaliente”.
Las palabras severas de
Jesús se aplican tanto a nosotros como a los cristianos de fin del primer
siglo: “[No] eres frío ni caliente.
¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni
caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he
enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad” (Ap. 3:15-17). En otras
palabras, estaban expresando una maravillosa “confesión positiva”. Estaban
proclamando victoria y bendición. El único problema es que Jesús no estaba
impresionado. Él respondió: “Y no sabes que tú eres un desventurado, miserable,
pobre, ciego y desnudo... Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues,
celoso, y arrepiéntete.” Apocalipsis 3:17, 19
Lenguaje severo, por
cierto, pero Jesús siempre trata con firmeza a los que ama. “¿Qué hijo es aquel
a quien el padre no disciplina?”, pregunta el escritor de Hebreos (12:7).
Nótese que los
laodiceanos eran santos de Dios, con derecho a todas las promesas. Eran parte
del cuerpo de Cristo: cantaban himnos, adoraban los domingos, disfrutaban de
beneficios físicos, y sin duda se veían a si mismos más justos que sus vecinos
paganos. No obstante, estaban a punto de ser vomitados. ¡Qué llamada de
atención!
Siempre que el cuerpo de Cristo se mete en problemas, se
requiere una acción enérgica. No podemos quedarnos sentados y esperar que el
problema se resuelva por sí solo.
Luego vino el primer
ataque (Ver Hechos 4:2-3). ¿Cómo respondieron? Rápidamente comenzaron a orar de
esta manera: “Soberano Señor, tú …hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo
lo que en ellos hay… Y ahora, Señor, mira sus amenazas, y concede a tus siervos
que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se
hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo
Jesús.” (Hechos 4:24, 29-30).
Esto es precisamente lo
que los profetas a través de los siglos les habían dicho que tenían que hacer:
Cuando estés bajo ataque, cuando te enfrentes a un nuevo reto, en todas las
épocas, en todo momento, invoca el nombre del Señor, y Él te ayudará.
JIM CYMBALA - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)


