“Apareció en el cielo
una gran señal: una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, y
sobre su cabeza una corona de doce estrellas. Y estando encinta, clamaba con
dolores de parto, en la angustia del alumbramiento. También apareció otra señal
en el cielo: he aquí un gran dragón escarlata, que tenía siete cabezas y diez
cuernos, y en sus cabezas siete diademas; y su cola arrastraba la tercera parte
de las estrellas del cielo, y las arrojó sobre la tierra. Y el dragón se paró
frente a la mujer que estaba para dar a luz, a fin de devorar a su hijo tan
pronto como naciese” Apocalipsis 12:1-4
Satanás sabía que una
iglesia increíble estaba por nacer del remanente del Antiguo Testamento. Sería
un cuerpo glorioso, así que el diablo declaró la guerra una vez más, pensando
que ahora podría hacer batalla en su territorio, la Tierra.
Este pasaje sugiere que
Satanás sabía que no podía acercarse a la criatura en el vientre de María, así
que determinó destruir a Cristo cuando naciera. Reunió todas sus fuerzas
demoniacas alrededor de Belén, enviando espíritus de engaño para cegar a los
escribas, sacerdotes y fariseos. Luego su propio espíritu entró en el rey
Herodes, poseyéndolo. Si Satanás no podía matar a Cristo por sí mismo, entonces
tendría a un hombre listo para hacerlo por él.
Pero las huestes de ángeles celestiales del Señor estaban de
pie haciendo guardia sobre el niño, para que Satanás no Le tocase. El diablo tendría que
esperar otros 30 años para tratar de devorar a Cristo. Su próxima oportunidad
llegó al comienzo del ministerio de Jesús, cuando el Espíritu Santo lo declaró
el Mesías. En ese punto, Satanás llevó a Cristo al desierto para tentarlo, sin
embargo, Jesús también lo venció en esa batalla. Dios protegió a Su Hijo otra
vez, enviando a sus ángeles a ministrarle en Su tiempo de debilidad física.
El diablo trataría una
última vez de devorar a Cristo. Esta vez el movió sus fuerzas para tratar de
matar a Jesús por crucifixión y echarlo en la tumba. Él envió espíritus
demoniacos para incitar al gentío, entrando en los cuerpos de los sacerdotes,
soldados, líderes políticos y testigos falsos. Al fin, pensó Satanás, llegó su
hora de poder. ¡Ahora pelearía una guerra a todo dar!
Pero conocemos el resto
de la historia: El día de resurrección fue la derrota más humillante de
Satanás. Cuando Jesús ascendió al cielo, se alejó del alcance del diablo para
siempre. “Y su hijo fue arrebatado para Dios y para su trono” (Apocalipsis
12:5). Todo el infierno fue sacudido porque Satanás perdió otra vez. Aun usando
todo su poder, no pudo derrotar al Hijo de Dios.
DAVID WILKERSON
- (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)


