Mientras los hijos de
Israel acampaban en el Monte Sinaí, repentinamente fueron cubiertos por una
gran oscuridad y una increíble llama de fuego. Desde el interior de esa
llamarada, Dios habló: “Estas palabras habló Jehová a toda vuestra congregación
en el monte, de en medio del fuego, de la nube y de la oscuridad, a gran voz”
(Deuteronomio 5:22).
Mientras todo esto
estaba pasando, los israelitas estaban perplejos de terror. Ellos estaban
convencidos de que morirían antes de que la voz del Señor dejara de hablar.
Finalmente, la voz se detuvo; los relámpagos pararon y el temblor terminó. Y
después de poco tiempo, el sol comenzó a brillar. Mientras la gente miraba a su
alrededor, ellos vieron que todos estaban vivos. ¡Ellos habían oído la voz real
y audible de Dios y vivieron!
Evidentemente, tan
pronto como esta increíble manifestación terminó, los ancianos y líderes de
cada tribu convocaron a una reunión. Uno pensaría que ésta sería la más
grandiosa reunión de alabanza en la historia de la humanidad, sin embargo, esta
reunión no era una de alabanza, de ninguna manera. Increíblemente, los ancianos
le dijeron a Moisés: “No podemos manejar este tipo de experiencia. No queremos
volver a oír la asombrosa voz de Dios. Si Él nos vuelve a hablar otra vez de
esta manera, moriremos. De ahora en adelante, queremos escuchar Sus palabras a
través de la voz de un hombre”.
Su respuesta es
totalmente desconcertante. ¿Por qué alguien reaccionaría de esta manera a tal
glorioso milagro de Dios? Yo puedo decirles porqué: Porque los israelitas
tenían pecados ocultos en sus corazones. Ellos eran idólatras a escondidas.
Increíblemente, esta gente aún se aferraba a sus pequeños
ídolos de oro que había traído con ellos de Egipto. El apóstol Esteban
dijo que estos ídolos eran: "Figuras que os hicisteis para
adorarlas..." (Hechos 7:43). Los Israelitas los habían tallado en la
semejanza de los gigantes becerros de oro que los egipcios adoraban. Ellos
clamaban: “Tú nos libraste de Egipto. Tú eres nuestro Dios". Y ahora, en
el desierto, ellos todavía no habían dejado su horrible idolatría.
Esteban llamó a esta
gente: “La congregación en el desierto" (versículo 38). Él estaba
sorprendido de que incluso después de que el Señor les había hablado
audiblemente, sus corazones estaban todavía en la idolatría de Egipto. Él dijo
de ellos: "…nuestros padres no quisieron obedecer…y en sus corazones se
volvieron a Egipto” (versículo 39).
Tú puedes ver porqué la
voz de Dios hizo temblar a este pueblo. La razón por la cual ellos pensaron que
morirían era porque estuvieron en la presencia de un Dios santo y todopoderoso,
no de un ídolo tallado y sin vida. Su Espíritu había impactado sus almas y sus
conciencias los estaban convenciendo de pecado.
DAVID WILKERSON
- (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)