Quiero desafiarte por
la fe a recibir una visión para ti mismo. Seas un adolescente, padre,
estudiante, ama de casa, o un joven en los inicios de su carrera, puedes
comunicar tu fe a alguien. Puedes inspirar a alguien, un amigo, un padre o
madre, hijo, hija o hermano en la fe, a amar, orar, perdonar, arrepentirse,
servir y ¡hacer algo hermoso y noble! Por favor, permítele a tu espíritu oír
que Dios está buscando a un hombre o a una mujer cuyo corazón ha de latir con
la visión de que sin fe, es imposible producir un pueblo victorioso.
¡La fe no sólo se
enseña, se contagia! La verdad y la realidad espiritual es que como padre, mis
hijos pueden seguir las huellas que les dejaré. Permíteme ilustrar esto con un
cuento sencillo de mi infancia, mientras crecía en los sectores de viviendas de
bajos ingresos en Montreal.
Era una fría noche de
invierno cuando un padre caminaba al bar del barrio una vez más. Era viernes
por la noche y había cobrado recién su cheque de pago. El dinero le quemaba en
el bolsillo, y como hacía todas las semanas, estaba a punto de gastárselo todo
bebiendo. En ese momento loco e incomprensible, todo lo demás desaparecía. Era
incapaz de pensar en el dinero que necesitaría para alimentar a sus hijos,
pagar el alquiler y la cuenta de calefacción. Las promesas que había hecho a su
esposa, una y otra vez, desaparecían de nuevo, ahogadas por el hábito
enceguecedor y la sed agobiante de olvidar aquello que lo tenía asqueado y
esclavizado a la vez. Este hombre se odiaba a sí mismo, pero las voces en su
interior siempre ganaban: “Es asunto mío, no le estoy haciendo daño a nadie, es
mi elección, son tan sólo un par de copas.” De repente, oyó un crujir en el
silencio de la noche fría: el sonido de pasos suaves en la nieve. Se dio vuelta
y lo que vio le golpeó como un puño de hierro en los intestinos, dejándolo sin
aliento. Su hijo lo estaba siguiendo y haciendo su mejor esfuerzo, dando lo
mejor de sí, para tratar de poner sus pequeños pies, paso a paso, en las
huellas que su padre había dejado en la nieve, El niño estaba caminando en los
pasos de su padre.
Querido lector, cada uno de nosotros está guiando a alguien
a alguna parte. Algunos niños y niñas están aprendiendo a mentir, culpar a
los demás, engañar, criticar, ser arrogantes y siempre buscar atajos. Pero
nuestros hijos e hijas también pueden vernos y aprender a amar, orar, trabajar,
adorar, servir, perdonar y creer. Ellos pueden aprender de nosotros a decir la
verdad, respetar a las personas, juzgar a las personas por su carácter y no por
el color de su piel, y a ser honestos, respetuosos con sus mayores, y amigos de
los pobres.
CLAUDE HOUDE - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)