Los pequeños comienzos,
eventualmente, pueden generar un efecto en comunidades enteras. Cuando mi
padre, David Wilkerson, comenzó una iglesia en Times Square, la zona principal
en la calle 42 era un oscuro desastre. Cada pocos metros se podía ver a un
traficante de drogas o una prostituta o un teatro porno. La estrategia de mi
papá para cualquier ministerio fue siempre comenzar con oración, y me pidió que
dirigiera una reunión de oración el viernes por la noche en la iglesia.
Esas primeras reuniones
atrajeron veinte a treinta personas. Fielmente clamamos a Dios que trajera el
cambio en la ciudad. Con el tiempo, nuestras reuniones crecieron a casi
ochocientas personas. A medida que elevábamos nuestras voces en trabajo de
oración, Dios puso una carga en nuestros corazones por la calle 42. Así que
dirigimos nuestros esfuerzos de oración a la calle, donde repartíamos folletos.
Pronto nos dimos cuenta
de los cambios que comenzaron a tomar lugar. Hubo menos drogadictos y prostitutas
alrededor. Uno a uno, los palacios de porno se fueron cerrando. Por último, una
inmobiliaria entró en escena y compró propiedad tras propiedad. Hoy en día, el
principal negocio presente en Times Square es la Walt Disney Company, y
ahora puede que la calle 42 sea la cuadra más sana de la ciudad de Nueva York. Creo
que esto se debe en parte a un pueblo en oración que le creyó a Dios para hacer
grandes cosas.
El primer efecto de un
testimonio piadoso es la edificación de nuestra fe. El segundo efecto es la
edificación de la fe de los demás: “Pareciera que estoy jactándome demasiado de
la autoridad que nos dio el Señor, pero nuestra autoridad los edifica a
ustedes, no los destruye” (2 Corintios 10:8 NTV). Pablo está diciendo, en
esencia: “Dios no solo obró poderosamente a través de mi vida. Su obra en mí y
a través de mí está destinada a avivar tu fe para hacer obras mayores.” Nuestra fe es contagiosa. Construye la fe
de los demás para involucrarse en actos de valentía mayores.
El alarde final de
Pablo es curioso: “Si debo jactarme, preferiría jactarme de las cosas que
muestran lo débil que soy” (11:30). Su punto es éste: Nuestro buen testimonio
nunca es el resultado de nuestras propias fuerzas. Nuestra jactancia siempre
será: “Sin Dios, no sería un asesino de gigantes, sino un pastor de ovejas. No
sería un edificador de muros, sino un copero del rey. No sería un libertador,
sino un pastor errante en el desierto egipcio”.
Nuestro testimonio
nunca vendrá de nuestra propia fuerza, celo o esfuerzo. Si nos apoyamos en
cualquiera de estas cosas, nuestro testimonio perderá su poder. Pero mientras
más reconocemos nuestra incapacidad, el poder de Dios reposará aun mas sobre
nosotros: “Él me dijo: «Mi gracia es
todo lo que necesitas; mi poder actúa mejor en la debilidad». Así que ahora me
alegra jactarme de mis debilidades, para que el poder de Cristo pueda actuar a
través de mí.” (2 Cor 12:9, NTV).
GARY WILKERSON - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)