Pablo estaba tan
consciente de su necesidad por las oraciones de los santos, que rogaba por
“ayudantes en oración” por todas partes. Le rogó a los romanos: “Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor
Jesucristo y por el amor del Espíritu, que me ayudéis orando por mí a Dios,
para que sea librado” (Romanos 15:30-31). Y le pidió a los tesalonicenses:
“Hermanos, orad por nosotros.” (1 Tesalonicenses 5:25).
En griego, la palabra
“ayudéis” aquí significa “luchar conmigo como compañero en oración; pelear por
mí en oración”. Pablo no estaba pidiendo una mención rápida ante el trono. Él
estaba rogando: “Pelea por mí en oración, Haz batalla espiritual tanto por mí,
como por la causa del evangelio.”
Cuando Pablo estaba en
la prisión, listo para entregar su vida, les rogó a los filipenses que oraran
por él: “Porque sé que por vuestra oración y la suministración del Espíritu de
Jesucristo, esto resultará en mi liberación” (Filipenses 1:19). Pablo sabía que
era un hombre fichado, que las huestes de Satanás estaban empeñadas en
destruirlo, y así es con cada verdadero ministro del evangelio. Cada pastor,
predicador y evangelista necesita ayudantes en oración que intercedan por él
continuamente.
Les aseguro que yo no
estaría escribiéndoles hoy si no fuera por los ayudantes en oración que han
estado a mi lado a través de los años. Fui recordado de esto recientemente
mientras estuve en Europa para conducir unas conferencias de ministros y
cruzadas nocturnas. Todo el tiempo, el
Espíritu de Dios me hizo saber que estaba siendo sostenido por las oraciones de
multitudes de personas.
En Niza, Francia, los
norteamericanos no son muy queridos, en particular los evangelistas
norteamericanos. Todos se preocupaban por la cruzada evangelística nocturna,
pensando: “¿Se podrá llevar a cabo?”. Francia está desenfrenada con
escepticismo, ateísmo, gnosticismo e incredulidad. Y la clase de reunión que
planeamos nunca se había intentado antes.
Cuando llegó la hora,
sin embargo, miles se habían reunido. Pero fue entonces cuando comencé a
sentirme incapaz. No sabía qué predicar, porque ningún mensaje de los que tenia
preparados parecía apropiado. Mi intérprete y yo habíamos revisado algunas
notas de antemano, pero no estaba seguro si eran apropiadas para la reunión. Le
advertí: “No estoy seguro de lo que voy a decir.”
Cuando pasé al podio,
no obstante, el Espíritu cayó sobre mí poderosamente. Sentí las oraciones de
miles de santos respaldándome, y mientras comenzaba a hablar, el Espíritu Santo
llenó mi boca. Prediqué por cuarenta minutos, y durante todo ese tiempo se
podía escuchar un alfiler caer al suelo. Cuando terminé, simplemente dije: “Si
necesitas a Jesús, por favor pasa al frente”, y cientos de personas se pusieron
en pie de un salto en respuesta.
DAVID WILKERSON
- (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)