"Pídeles a los israelitas que designen algunas ciudades
de refugio..." (Josué 20:2 NVI)
En los tiempos del
Antiguo Testamento, si matabas a alguien por accidente, la familia del
fallecido tenía derecho a vengarse con tu vida. Por eso Dios estableció seis
"ciudades de refugio", tres a cada lado del río Jordán, para que
estuvieras donde estuvieras, pudieras tener acceso a la misericordia y
protección divinas. Lo único que tenías que hacer era correr a alguna de esas
ciudades, contar tu historia a los
ancianos y éstos tenían la obligación de aceptarte. La única condición era que
debías quedarte allí hasta que muriera el Sumo Sacerdote. Después, eras libre
para volver a tu familia y recuperar todo lo que habías perdido. Aquí hay un
paralelo espiritual: Jesucristo es el "...Sumo sacerdote de nuestra
profesión..." (Hebreos 3:1). Cuando corres hacia Él para encontrar
refugio, sólo tienes que confesar tus pecados. Y ahí, por fe, eres perdonado, considerado como "nueva criatura"
y puesto bajo la protección y custodia de Dios.
Así como "el
vengador de la sangre" no podía entrar en la ciudad de refugio, Satanás
tampoco puede cruzar "la línea de sangre" y dañarte. Cuando Jesús
exclamó en la cruz "...Consumado es..." (Juan 19:30), todos tus
pecados, desde tu nacimiento hasta tu muerte futura, fueron perdonados. Y
porque Jesucristo, el gran Sumo Sacerdote, murió y resucitó, Él te devolverá
todo lo que perdiste a consecuencia del poder del pecado en tu vida. Alguien
escribió: "Si nos separaran de Dios mil escalones, Él descendería todos
excepto el último, que tendríamos que subir nosotros". Así pues, tú
eliges; ven a la ciudad de refugio de Dios hoy.
"Por amor de Sión no callaré y por amor de Jerusalén no
descansaré... hasta que restablezca a Jerusalén y la ponga por alabanza en la Tierra.. ." (Isaías
62:1-7)