Si estudias la historia
de cualquiera de los avivamientos pasados, siempre encontrarás hombres y
mujeres que primeramente gimen por dentro, anhelando ver un cambio en el statu
quo, tanto en sí mismos como en sus iglesias. Empiezan a invocar a Dios con
insistencia y la oración engendra avivamiento, que a su vez engendra más
oración. Es como lo que ocurre en el Salmo
80, donde Asaf se lamenta por el estado triste que se vive en su época, los
muros derrumbados, los animales desenfrenados, las viñas quemadas. En el
vers. 18 suplica: “Revívenos para que podamos invocar tu
nombre una vez más.”
El Espíritu Santo es el
Espíritu de oración. Únicamente cuando estamos llenos del Espíritu sentimos la
necesidad de Dios dondequiera que vayamos. Quizá estemos conduciendo un
automóvil, y espontáneamente nuestro espíritu empieza a elevarse a Dios con
necesidades y peticiones e intercesiones allí en medio del tránsito.
Si nuestras iglesias no oran, y si el pueblo no tiene
apetito de Dios, ¿Qué importancia tiene la cantidad de gente que asiste a
nuestros servicios? ¿Qué impresión le causaría eso a Dios? ¿Puede usted
imaginarse a los ángeles diciendo: “¡Oh, qué bancas! ¡Son de una belleza
increíble! Aquí en el cielo hemos estado hablando acerca de ellas durante años.
La forma en que tienen escalones que ascienden hasta el púlpito es maravillosa”
Si no nos interesa
experimentar la cercanía de Dios aquí en la tierra, ¿Por qué tendríamos interés
de ir al cielo? Él es el centro de todo allí. Si no disfrutamos estar en su
presencia aquí y ahora, entonces el cielo no será cielo para nosotros. ¿Por qué
Dios habría de enviar allí a alguien que no tuviera un ferviente anhelo por Él
aquí en la tierra?
No es que sugiera que
somos justificados por obras de oración o por cualquier otro acto de devoción.
No soy legalista. Pero no esquivemos el tema de cómo será el cielo: disfrutar
de la presencia de Dios, dedicar tiempo para amarlo, escucharlo y rendirle
alabanza.
JIM CYMBALA - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)