En los días de Nehemías, los muros de Jerusalén estaban en ruinas, la ciudad era, literalmente, un montón de piedras y la iglesia se había desviado totalmente, no quedando ni un solo testigo. Los poderes malignos que rodeaban a Israel los perseguían severamente, burlándose de cada obra que ellos querían emprender.
¿Cómo respondió Dios en
tal tiempo de ruina? ¿Envió acaso, un ejército bien entrenado para ayudarlos?
¿Envió a la guardia de palacio para herir a aquellos enemigos prominentes? No,
Dios levantó a un hombre: Nehemías.
Nehemías era un hombre
con la carga de Dios en el corazón. Pasaba su tiempo orando, ayunando y en
lamento, porque él estaba quebrantado por la condición de Israel. También
excavaba continuamente en la
Palabra de Dios, comprendiendo la profecía y moviéndose en el
Espíritu.
Aunque Nehemías sirvió
como copero del rey de Persia, él se mantuvo apartado de la maldad que lo
rodeaba. En medio de toda la sensualidad, inmoralidad e impiedad que tenía
lugar en Israel, él mantuvo un caminar santo con el Señor. Y, a cambio, todas
las almas de los que le oían predicar, se purificaban.
Pronto un avivamiento de santidad barrió aquella tierra. "Y se
purificaron los sacerdotes y los levitas; y purificaron al pueblo, y las puertas,
y el muro" (Nehemías 12:30). La casa de Dios también fue purgada y se echó
fuera todo lo que era de la carne. Nehemías mandó a obreros al templo,
diciéndoles: "Quiero cada pedacito de basura fuera de aquí. No dejen nada
que tenga que ver con la idolatría o la sensualidad" (Nehemías
13:8-9)
Amados, ¡este es el
concepto de Dios de un avivamiento! Sólo se trata de barrer cada cámara en tu
corazón que sea impura y no santificada. Él quiere que no quede ni un lugar
oscuro.
¿De dónde obtuvo
Nehemías tal autoridad espiritual, para hacer que los transigentes tiemblen y
para traer de vuelta el temor de Dios al templo? El rey no se la dio. Ningún
obispo de la iglesia se la dio. No la aprendió en una escuela bíblica.
No, Nehemías obtuvo su
autoridad de rodillas, llanto, quebranto, deseo de conocer el corazón de Dios.
Y debido a que él era un hombre de oración, él fue capaz de confesar los
pecados de toda una nación: "Esté ahora atento tu oído…para oír la oración
de tu siervo, que hago ahora delante de ti día y noche…y confieso los pecados
de los hijos de Israel…yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos
corrompido contra ti, y no hemos guardado los mandamientos…" (Nehemías
1:6-7).


