“Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera
a mi camino.” Salmo 119:105 (Leer Salmo 119:9-16, 97-105)
Una tarea que nos asignaron en el trabajo
hizo que un compañero y yo viajáramos 450 kilómetros .
Cuando salimos, ya oscurecía, y para un cuerpo y ojos avejentados como los
míos, me inquieta un poco conducir de noche. No obstante, decidí manejar
primero. Me aferré al volante y fijé la mirada en el camino apenas iluminado.
Mientras avanzábamos, descubrí que veía mejor cuando las luces de los autos que
venían detrás alumbraban la carretera. Finalmente, me sentí mucho mejor cuando
mi amigo tomó el volante. En ese momento, ¡me di cuenta de que había estado
conduciendo con las luces antiniebla en vez de los faros altos!
El Salmo 119 es la obra maestra de alguien que entendió
que la Palabra de Dios nos da luz para la vida diaria (v. 105). Sin embargo, ¿cuántas veces nos encontramos en
situaciones similares a la mía aquella noche desagradable en la carretera? Nos
esforzamos para ver, y a veces, olvidamos usar la luz de la Palabra de Dios.
Este salmo nos alienta a presionar intencionalmente el interruptor de la luz.
¿Y qué sucede cuando lo hacemos? Encontramos sabiduría para ser puros (vv.
9-11), y motivación y ánimo renovados para evitar desviarnos (vv. 101-102).
Así, la alabanza del salmista podría ser la nuestra: «¡Oh, cuánto amo yo tu
ley! Todo el día es ella mi meditación» (v. 97).
Señor, lléname de tu Palabra.
No tropezarás en la oscuridad si caminas a la luz de la Palabra de Dios.
(La Biblia en un año: Levítico 8–10
— Mateo 25:31-46)