“Del corazón salen los malos
pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos,
los falsos testimonios, las blasfemias. Estas cosas son las que contaminan al
hombre.” Mateo 15:19-20
(Leer 1 Samuel 30 – Mateo 22:23-46 –
Salmo 19:7-10 – Prov. 7:6-23)
El escritor
ruso Solzhenitsyn, quien conoció los horrores de los campos de trabajo forzado,
escribió sobre sus verdugos: «¿Cómo apareció esta horda de lobos? ¿No tienen
las mismas raíces que nosotros? ¿No tienen la misma sangre?». Y él mismo da la
respuesta: «Sí, somos de la misma sangre. Y cada uno debería preguntarse: si mi
vida hubiera sido de otra manera, ¿no hubiera sido yo también como uno de estos
verdugos? Es una terrible pregunta, si se la quiere responder honestamente».
Este hombre
conoció la perversidad del corazón humano. Lo vio de cerca, cuando nada lo
retenía, libre de llevar a cabo todas sus locuras. Y toda esa maldad lo
espantó.
Podríamos
esperar que el juicio del escritor solo alcanzara a «la horda de lobos». Sin
embargo, también encontró que en el
corazón de los torturados, así como en el suyo propio, existía la misma
naturaleza, la misma fuente de mal que en el de los verdugos.
Reconocer que
el corazón humano es totalmente malo es un punto importante. Pero no debemos
quedarnos ahí: existe un remedio. ¿De dónde viene? ¿De la aplicación de un
principio filosófico o de una regla moral? ¡En absoluto! Ese remedio viene del
cielo, de Dios. Sí, Dios vino para salvar al hombre caído en el pecado. ¿Cómo?
Dando a su Hijo en rescate.
Solo es
necesario abrir el corazón a Dios, pasar por un nuevo nacimiento espiritual y
recibir así un corazón nuevo.
EDICIONES BÍBLICAS – (DEVOCIONAL “LA BUENA SEMILLA”)