“… El que se gloría, gloríese en el Señor.” 1ª
Corintios 1:31 (Leer Jeremías 9:23-26)
En la década de 1960, se popularizaron unas
pinturas de personas y animales con ojos enormes y tristes. Algunos las
consideraban de mal gusto y a otros les encantaban. El esposo de la artista
empezó a promocionarlas, pero la firma de ella —Margaret Keane— no aparecía en
las pinturas, ya que su esposo las presentaba como suyas. Por miedo, ella no
dijo nada durante 20 años, hasta que el matrimonio terminó. Para probar la
identidad de la artista, se necesitó «descascarar» la situación en la justicia.
Aquel engaño estuvo claramente mal, pero aun
a los seguidores de Cristo nos es fácil acreditarnos el reconocimiento por
nuestros talentos, capacidad para liderar o, incluso, obras de bien hacia los
demás. Sin embargo, estas cualidades son
posibles solo por la gracia de Dios. En Jeremías 9, el profeta se lamenta
por la falta de humildad del pueblo y señala que el Señor afirma que no debemos
jactarnos de nuestra sabiduría, fuerza o riquezas, sino saber y entender que Él
es quien hace «misericordia, juicio y justicia en la tierra» (v. 24).
Nuestro corazón se llena de gratitud cuando
nos damos cuenta de la identidad del verdadero Artista. «Toda buena dádiva y
todo don perfecto desciende […] del Padre» (Santiago 1:17). Todo el
reconocimiento y la alabanza le pertenecen a Él.
Padre, gracias por todo lo que me das.
Fuimos creados para darle la gloria a Dios.
(La Biblia en un año: Levítico 11–12
— Mateo 26:1-25)