“Es necesario que él crezca, pero que yo
mengüe.” Juan 3:30 (Leer Juan 3:22-35)
Un helado día de invierno, Cristina estaba
parada mirando el hermoso faro rodeado de nieve junto al lago. Cuando sacó el
teléfono para tomar fotos, se le empañaron los anteojos. Como no podía ver
nada, decidió apuntar con la cámara hacia el faro, y tomó tres fotos desde
diferentes ángulos. Más tarde, cuando las miró, se dio cuenta de que la cámara
estaba en modo selfie, y riéndose, decía: «Mi foco era yo, yo y yo. Lo único
que podía ver era a mí misma». Las fotos de Cristina me hicieron pensar en un
error similar: podemos estar tan enfocados en nosotros mismos que perdemos de
vista el panorama más amplio del plan de Dios.
Juan, el primo de Jesús, sabía perfectamente que el
centro no era él. Desde el comienzo,
reconoció que su posición o llamado era guiar a otros hacia Jesús, el Hijo de
Dios. Por eso, al ver que Jesús se acercaba a él y a sus seguidores, dijo: «He
aquí el Cordero de Dios» (Juan 1:29). Y agregó: «para que fuese manifestado a
Israel, por esto vine yo bautizando con agua» (v. 31). Más tarde, cuando supo
que Jesús estaba ganando seguidores, declaró: «Vosotros mismos me sois testigos
de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. […] Es
necesario que él crezca, pero que yo mengüe» (3:28-30).
Que Cristo también sea nuestro foco.
Señor, ayúdame a no enfocarme en mí, sino en
ti.
¿Cómo puedo amar mejor a Jesús? ¿A quién
podría querer Él que yo ame?
(La Biblia en un año: Éxodo 34–35
— Mateo 22:23-46)