“... y por último se me apareció a mí,
que soy como un niño nacido fuera de tiempo. A decir verdad, yo soy el más
pequeño de los apóstoles, y no soy digno de ser llamado apóstol porque perseguí
a la iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia
para conmigo no ha sido en vano, pues he trabajado más que todos ellos, aunque
no lo he hecho yo, sino la gracia de Dios que está conmigo.” 1ª Corintios
15:8-10
Parecería que al
apóstol Pablo le debe haber costado mucho convencer a las personas acerca del
mensaje de Jesús. Digo esto en términos humanos, por supuesto, porque es el
Espíritu Santo y la Palabra de Dios lo que nos mueve a la fe. Pero en este
mundo a menudo se nos conoce por la reputación que nos precede, y para Pablo
hacer un cambio tan radical y predicar el Evangelio de un judío común por el
cual antes perseguía a otros, no era algo fácil de vender.
Cuán a menudo,
al predicar, debe haberse topado con quienes sintieron su flagelo fariseo de su
vida anterior a Cristo. ¿Cuántas veces le fue necesario derribar muros de
resistencia para que su mensaje pudiera encontrar oídos listos para escuchar?
Después de todo, debe haber habido personas en su audiencia que conocían o
tenían familiares que habían sido golpeados o encarcelados por simpatizar con
las enseñanzas de Jesús.
Antes de que
Jesús se le apareciera a Pablo (quien entonces se llamaba Saulo), este estaba
decidido a eliminar cualquier cosa que amenazara al judaísmo. ¡Lejos de él no
defender la fe monoteísta y las tradiciones rabínicas que tanto admiraba y
defendía! Aplastar a esos tontos que tuvieron la audacia de creer, y aún más la
descarada audacia de esparcir, las mentiras viles de un carpintero muerto,
bueno, eso era un trabajo que valía la pena hacer.
Saulo, el
vigilante religioso, buscó desarraigar y destruir a cualquiera o cualquier cosa
que oliera a Cristo. Armado con órdenes de marcha de sus superiores fariseos,
tenía una misión: purgar el campo de esos blasfemos viles. Y así lo hizo
observando, al menos en una ocasión, el horroroso asesinato de Esteban, un
seguidor de Cristo y defensor valeroso y abierto del Evangelio. Lucas registra
el suceso en el libro de Hechos. "... y lo sacaron de la ciudad y lo
apedrearon. Los testigos falsos pusieron sus ropas a los pies de un joven que
se llamaba Saulo... Saulo estuvo de acuerdo con la muerte de Esteban... Saulo
hacía destrozos en la iglesia: entraba a las casas, y arrastraba a hombres y
mujeres y los llevaba a la cárcel" (Hechos 7:58; 8:1a, 3).
¡Cómo debió
haber sido perseguido Pablo por su brutal pasado después de recibir a Jesús
como Señor y Salvador! ¡Cuánto estrés debe haberle producido al encontrarse
solo, con frío y hambriento en una celda húmeda de la prisión, esperando lo
desconocido! Podemos imaginar sus pensamientos: ¿Qué me harán mis captores
ahora que las mesas están cambiadas? ¡Ahora yo soy el paria, compartiendo las
mismas Buenas Nuevas por las que perseguí a otros!
Pero a través
de todo, Dios lo sostuvo, le dio la victoria sobre el pecados la nueva vida en
Cristo y el honor de dar su vida por el Evangelio.
ORACIÓN. Padre celestial, lo que puedes hacer
de la escoria de nuestras vidas no tiene límites. Recuérdanos que en la muerte
de Cristo has enterrado nuestro pasado, y en su resurrección nos has dado una
vida nueva para servirte a ti y a nuestro prójimo. En el Nombre de Jesús
oramos. Amén.
Paul Schreiber
PARA EL CAMINO – (DEVOCIONAL “ALIMENTO DIARIO”)