“El Señor... se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me
hizo sacar del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso; puso mis pies sobre
peña.” Salmo 40:1-2
(Leer Éxodo 32 - Hechos 21:37–22:21 - Salmo 35:1-8 - Proverbios 11:29-30)
El barro de un
pantano es una imagen del pecado en el que incluso un creyente puede caer. Al
principio, el camino que conduce al pecado parece sin peligro; es como si
caminásemos sobre un prado un poco esponjoso, agradable. Pero a medida que
avanzamos, la hierba va desapareciendo y cada vez hay más agua. De repente el
pie se hunde un poco, continuamos y nos hundimos más. Al final, a pesar de
todos los esfuerzos, no podemos salir. ¡Estamos atascados, y cada esfuerzo para
liberarnos agrava la situación! ¡Asustados, nos damos cuenta de que estamos
perdidos! Entonces empezamos a pedir ayuda desesperadamente. Pero, ¿habrá
alguien que nos escuche?
¿Esta
descripción corresponde a su situación moral? ¡Entonces clame a Dios! ¡Solo él
puede liberarlo! Cuéntele simplemente su angustia, no trate de embellecer las
cosas. Reconozca las faltas que lo condujeron hasta allí, admita que no puede
arreglárselas solo y suplique a Dios que lo salve. Él lo perdonará, gracias al
amor de Jesús, quien murió en la cruz para salvar a los pecadores, y lo
liberará de las cadenas del pecado.
Entonces,
gracias a una relación nueva o reanudada con el Señor Jesús, basada en su amor
y mediante la fe, tendrá un punto de partida firme, un fundamento para la vida,
sólido como una roca.
“Qué roca hay
fuera de nuestro Dios? Dios es el que me ciñe de fuerza, y quien despeja mi
camino; quien hace mis pies como de ciervas, y me hace estar firme sobre mis
alturas” (2 Samuel 22:32-34).
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SEMILLA")