En su hora más
oscura, Jeremías descubrió una gloriosa verdad que trajo una nueva esperanza y
seguridad a su mente. De hecho, él ya conocía esta verdad, pero no había
llegado hasta su alma, hasta que él tocó fondo. Él descubrió que cuando él
llegó al mismo fondo, ¡Dios estaba ahí! El “fondo” no significa caer en un oscuro
abismo, sino ir más profundo en Dios. Así que la verdad es que a Dios no se le
descubre “allá arriba” en algún cielo celeste y despejado, sino en las sombras
del dolor y la desesperación.
Cuando Jeremías
tocó fondo, ¡se tropezó con Dios! Cayó fuertemente contra la fidelidad de un
Padre compasivo y gradualmente llegó a darse cuenta de muchas verdades
profundas.
Cuando estás
tan herido que casi no puedes enfrentar otro día, la Palabra de Dios dice: “Por la
misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus
misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad” (Lamentaciones
3:22-23).
Si el Señor
permite que el dolor y la aflicción vengan a tu vida, él también te sostendrá
con abundante compasión, misericordia y amor (3:32).
Dios se duele
con tu dolor: él no está en contra de ti, tratando de aplastarte bajo su pie
cuando estás abatido (3:33-34). Cuando estás en tu punto más bajo, tórnate al
Señor y alaba su nombre. “Levantemos nuestros corazones y manos a Dios en los
cielos” (3:40-41). Ahí es cuando Dios se acerca a ti y te susurra: “¡No temas!”
(3:57).
Jeremías escribió el libro de Lamentaciones, con un
corazón quebrantado, lamentando la destrucción de Jerusalén. Su fuerza y
esperanza lo habían dejado; estaba vacío y humillado. Pero puso su confianza
completamente en las misericordias del Señor y pudo testificar: “Lo cual me
llena de esperanza” (3:21, NVI).
No existe
ninguna condición humana tan desolada e irremediable que Dios no pueda
encontrar y dar esperanza.
DAVID WILKERSON - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)