“Mirad cuál
amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el
mundo no nos conoce…” 1ª Juan 3:1 (Leer: 1ª Juan 3:1-8)
Hace poco, llevamos a Moriah, nuestra nieta de 22 meses,
a dormir a casa por primera vez sin sus hermanos mayores. Le brindamos
muchísimo amor y atención ininterrumpida, y nos divertimos haciendo lo que a
ella le gusta. Al día siguiente, después de llevarla a su casa, nos despedimos
y nos dirigimos a la puerta. Entonces, Moriah tomó su bolsito, que todavía
estaba junto a la puerta, y comenzó a seguirnos.
La imagen me quedó grabada en la memoria. Moriah en
pañales y con sandalias que no hacían juego, estaba lista para partir con sus
abuelos. Cada vez que lo recuerdo, sonrío. Estaba ansiosa de pasar más tiempo
de calidad con nosotros.
Aunque todavía no tiene la capacidad de expresarlo con
palabras, nuestra nieta se siente amada y valorada. En una escala muy pequeña, nuestro amor por Moriah representa el amor
de Dios por nosotros, sus hijos. «Miren cuánto nos ama el Padre, que nos ha
concedido ser llamados hijos de Dios. Y lo somos…» (1ª Juan 3:1 RVC).
Cuando creemos en Jesús como nuestro Salvador, nos
transformamos en sus hijos y empezamos a entender el espléndido amor que
derramó al morir en nuestro lugar (v. 16). Empezamos a desear agradarle en lo
que hacemos y decimos (v. 6), y a amarlo y a anhelar pasar tiempo con Él.
Señor, ayúdanos a ser ejemplos de tu amor con todos los
que conozcamos.
¡Cuán profundo es el amor del Padre por nosotros!
(La Biblia en
un año: Lamentaciones 3–5 — Hebreos 10:19-39)
ALYSON KIEDA -
(DEVOCIONAL “NUESTRO PAN DIARIO")