“… el trono de
Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su
rostro…” Apocalipsis 22:3-4 (Leer: Ap 22:1-5)
Mientras las luces se atenuaban y nos preparábamos para
ver Apollo 13, mi
amiga dijo suspirando: «Qué lástima que todos murieron». Miré la película sobre
el vuelo espacial de 1970 con aprensión, esperando que llegara la tragedia, y,
recién cerca del final, me di cuenta de que me había engañado. No recordaba el
final de la historia verdadera: que, aunque los astronautas enfrentaron muchas
dificultades, regresaron sanos y salvos.
En Cristo, podemos conocer el final de la historia… que
también llegaremos al hogar celestial a salvo. Es decir, viviremos para siempre
con nuestro Padre, como vemos en el libro de Apocalipsis. El Señor también
creará «un cielo nuevo y una tierra nueva», al hacer nuevas todas las cosas
(21:1, 5). En la nueva ciudad, el Señor
recibirá a su pueblo para que viva con Él, sin temor y sin noche.
Saber el final de la historia nos llena de esperanza.
Puede transformar tiempos de increíble dificultad, como cuando enfrentamos la
muerte de un ser querido o incluso la propia. Aunque a nadie le gusta la idea
de morir, podemos abrazar el gozo de la promesa de la eternidad. Anhelamos la
ciudad donde ya no habrá maldición, y donde viviremos para siempre a la luz de
Dios (22:5).
Señor Jesús, dame tu esperanza segura, y que pueda
descansar en tus promesas y disfrutar ya la vida eterna.
Dios promete a su pueblo un final feliz de la historia.
(La Biblia en
un año: Jeremías 46–47 — Hebreos 6:1-20)
AMY BOUCHER PYE
- (DEVOCIONAL “NUESTRO PAN DIARIO")