“Detén asimismo a tu siervo de las soberbias” Salmo 19:13
Tal era la
oración del “hombre según el corazón de Dios”. ¿Necesitó el santo David orar
así? ¡Cuán necesaria entonces debe ser tal oración para nosotros, niños en la
gracia! Es como si dijese: “Detenme, de lo contrario caeré de cabeza en el
precipicio del pecado”. Nuestra naturaleza pecaminosa, semejante a un caballo
indómito, está propensa a desbocarse. Que la gracia de Dios le ponga la brida
para frenarla, a fin de que no caiga en el mal. ¡Qué podríamos hacer, aun los
mejores de nosotros, si no fuera por los frenos que el Señor pone en nosotros
en su providencia y en su gracia! La oración del salmista es dirigida contra la
peor forma de pecado: el que es cometido con deliberación e intención. Aun el
más santo necesita ser “retraído” de las transgresiones más viles. Es solemne
ver al apóstol Pablo exhortar a los santos contra los más repugnantes pecados,
“Amortiguad, pues, vuestros miembros que están sobre la tierra: fornicación,
inmundicia, molicie, mala concupiscencia y avaricia, que es idolatría”. ¡Qué!
¿Los santos necesitan ser exhortados contra pecados como estos? Sí, necesitan. Las vestiduras más blancas serán
perjudicadas con las manchas más negras si su pureza no es preservada por la
gracia divina.
Cristiano
experimentado, no te gloríes en tu experiencia; pues tropezarás si apartas la
mirada de Aquel que es poderoso para guardarte sin caída. Vosotros, cuyo amor
es ferviente, cuya fe es constante y cuyas esperanzas son brillantes, no
digáis: “Nunca pecaremos”; decid más bien: “No nos metas en tentación”. Hay
suficiente estopa en el corazón de los mejores hombres como para encender un
fuego que abrase hasta lo más bajo del infierno, si Dios no apaga las chispas a
medida que caen. ¿Quién hubiese imaginado que el justo Lot podría ser hallado
borracho y cometiendo impurezas? Hazael dijo: ¿Es tu siervo un perro para que
haga esta cosa? Y nosotros estamos muy propensos a usar la misma pregunta de
justicia propia. Que la sabiduría infinita nos cure de la locura de la confianza
en nosotros mismos.
CHARLES SPURGEON - (DEV. “LECTURAS VESPERTINAS”)