TRES HOMBRES: TRES IMPEDIMENTOS
PARA
SEGUIR A CRISTO
Por Roger Ellsworth*
La parte central del Evangelio de Lucas (9:51-19:44) nos relata el viaje
más fascinante de toda la historia humana. Nos habla del último viaje de
nuestro Señor a Jerusalén donde iba a dar su vida para comprar la salvación
eterna de todos los que creen en él.
La mayor parte de esta larga sección se trata de palabras que Jesús
dijo. Pero el registro de su enseñanza se entremezcla con una rociada de
relatos de sus encuentros con varios individuos. El joven rico, Bartimeo y
Zaqueo están todos aquí (18:18-19:10) entre otros más.
Los versículos que constituyen el tema de este capítulo nos hablan de
tres hombres con quienes Jesús se encontró uno tras otro. La palabra clave en
estos encuentros es ‘seguir’. Dos de estos hombres profesaron su deseo de
seguir a Cristo (Lucas 9:57, 61), mientras que el mismo Jesús emitió este
mandato al tercero: "Sígueme" (v 59).
¿Qué significa seguir a Cristo? Significa convertirse en su discípulo,
o, para decirlo de otra manera, convertirse en cristiano. El cristiano es
alguien que sigue a Cristo. Ha dejado de seguir su propio camino y ahora sigue
el camino de Cristo. Se ha vuelto de sus pecados a Cristo, le ha recibido como
Señor y Salvador y ahora busca vivir según sus mandamientos. Cristo está
liderando el camino y el cristiano anda detrás.
Ningún cristiano es un seguidor perfecto de Cristo, pero, no nos
confundamos al respecto, cada cristiano es un seguidor. La Biblia no sabe nada
de un seguidor que no sigue. Es lo mismo que hablar de un círculo cuadrado. El
cristiano puede desviarse del camino que conduce tras Cristo. En ocasiones se
puede quedar muy atrás. Puede incluso correr delante de su Señor de vez en
cuando, pero, independiente de cuán imperfectamente lo hace, es un seguidor de
Cristo.
El tema que nos ocupa en este pasaje, entonces, es el de venir a ser un
hijo de Dios y, trágicamente, todos estos hombres se quedaron cortos.
Estuvieron al borde mismo del discipulado genuino, pero no alcanzaron
finalmente a abrazar a Cristo. Dejaron de hacerlo porque cada uno estaba en las
garras de una actitud peligrosa que hizo la guerra al verdadero discipulado.
No ha cambiado mucho desde aquel día día de antaño que se describe en
estos versículos. Sí, hace mucho tiempo que estos hombres dejaron el escenario
de la historia humana, y el mismo Señor Jesucristo ya no está ministrando en la
carne como en aquel entonces. Sí, tenemos nuestras computadoras, nuestros
teléfonos celulares, y podemos caminar en la luna. Pero el mayor problema que
aqueja a todos y cada uno de nosotros es exactamente el mismo hoy como lo era
entonces: ¿qué vamos a hacer con el Señor Jesucristo, el Dios-hombre? ¿Vamos a
abrazarlo como Salvador, seguirlo y recibir la vida eterna que ofrece? ¿O tal
como hicieron estos hombres, nos apartaremos de él?
Las mismas actitudes peligrosas que afectaron el seguimiento de estos
hombres están a punto de afectar sensiblemente a los potenciales seguidores de
Cristo de hoy. La esperanza que abrigo al presentar a estos hombres y los
obstáculos que les impidieron seguir a Cristo es convencer a mis lectores no
salvos de no permitir que estas actitudes perniciosas hagan el mismo trabajo
infernal que hicieron en la vida de estos hombres.
LOS PELIGROS DE LA COMODIDAD Y EL
CONFORT PERSONAL. El primer hombre nos presenta el peligro de buscar el confort y la
comodidad personal.
Fue durante uno de los viajes de Jesús que este hombre vino a su lado y
le dijo: ‘Señor, te seguiré adondequiera
que vayas’ (Lucas 9:57).
No había nada en las palabras del hombre que nos indicaran un problema.
Su profesión de fe nos parece sincera, de modo que hubiéramos esperado que
Jesús le hubiera extendido la bienvenida a bordo. Pero Jesús no lo hizo. Los
relatos de los Evangelios con frecuencia nos recuerdan que Jesús podía leer los
pensamientos más íntimos de los hombres con la misma facilidad con que nosotros
leemos las palabras en un papel (Juan
2:23-25; 4:16-19).
Al mismo tiempo que este hombre estaba expresando su disposición a seguirle, Jesús estaba leyendo sus pensamientos y motivaciones, y lo que leyó indicaba que las palabras de este hombre eran sólo palabras.
Al mismo tiempo que este hombre estaba expresando su disposición a seguirle, Jesús estaba leyendo sus pensamientos y motivaciones, y lo que leyó indicaba que las palabras de este hombre eran sólo palabras.
Jesús sabía que este hombre no había calculado el costo del discipulado,
que lo seguiría siempre que fuera práctico y cómodo, pero a la primera señal de
problemas y dificultades abandonaría el barco. Así que Jesús respondió: “Las
zorras tienen guaridas, y las aves del cielo tienen nidos, pero el Hijo del
hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Lucas 9:58).
No volvemos a leer más acerca de este hombre. Ni siquiera llegó a
seguirle el tiempo suficiente como para encontrar dificultades. Las palabras de
Jesús acerca de esas dificultades fueron suficientes para hacerle desaparecer
tan rápido como apareció.
EL PELIGRO DE LA DILACIÓN. El segundo hombre nos presenta el peligro de la dilación (Lucas 9:59-60).
Es posible que fuera mientras el primer hombre estaba haciendo su rápida
retirada que Jesús se dirigió a este hombre y le dijo: ‘Sígueme’. En otras
palabras, puede ser que Jesús utilizara el fracaso del primer hombre para
desafiar a éste, y lo que en realidad le está diciendo es: ‘¿Y tú? ¿Estás
dispuesto a seguirme?’
El hombre puede haber sido grandemente sorprendido por esta orden
directa de Jesús. Puede incluso que haya tartamudeado y balbuceado antes de
recuperar la compostura. No quería seguir a Jesús, pero sabía que debía tener
una excusa aparentemente irrefutable. ¡Por fin la tenía! ‘Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre’ (v. 59).
A primera vista, parece haber sido una excusa perfectamente legítima.
Aquí estaba un hombre que verdaderamente quería seguir al Señor, pero que tenía
un conflicto ineludible con el deber. Los judíos consideraban el entierro digno
como el más importante de todos los derechos. Era algo que superaba en
importancia al estudio de la ley, a la realización de servicios en el templo,
al sacrificio del cordero pascual y al cumplimiento del rito de la
circuncisión.
¡Pero espera! Algo no está bien aquí. Si este hombre tenía que enterrar
a su padre, ¿por qué no lo había hecho? ¿Por qué estaba aquí junto al camino
para echar un vistazo a Jesús al pasar? En aquellos días los entierros tenían
que ser atendidos sin demora.
La respuesta es que el padre del hombre todavía no había muerto. Lo que
el hombre estaba realmente pidiendo a Jesús era que postergara su demanda de
discipulado hasta que su padre muriera y fuese sepultado. Era un alegato a
favor de un retraso indefinido. Era obvio que este hombre nunca había visto
cuán vitalmente urgentes e incomparablemente importantes son las demandas de
Cristo.
Jesús pudo ver a través de este hombre tan fácilmente como lo había
hecho con el primero. Sus palabras: “Deja que los muertos entierren a sus
muertos...” le hacían un llamado a reconsiderar sus prioridades y a actuar con
decisión y rapidez. No había ante él un asunto más urgente y vital — es decir,
su propia vida espiritual. Los que están espiritualmente muertos pueden
entregarse a atender los asuntos de esta vida. Pero aquellos que tienen vida
espiritual dan evidencia de ello poniendo a Cristo por encima de todo lo demás.
Después de que Jesús pronunció estas palabras, ya no leemos más acerca
de este hombre. Evidentemente desapareció tan rápido como el primero. Pero su
error no ha desaparecido. Al ser confrontados con el mensaje de la salvación,
muchos hacen suyas las palabras de este hombre necio: ‘Señor, déjame primero...’
Hay muchos asesinos de almas. La duda sobre la verdad ha matado sus
miles. El amor a la comodidad y el confort han hecho lo mismo. Pero me pregunto
si este asunto de simplemente postergar las cosas, no resultará ser en última
instancia, el más prolífico de todos estos asesinos.
EL PELIGRO DE UN CORAZÓN DIVIDIDO. El tercer hombre nos presenta el peligro de un corazón dividido (vv. 61-62).
Al igual que el primero, este hombre profesó su disposición a seguir a
Jesús, pero se apresuró a añadir una condición. Primero debía ir a despedirse
de su familia.
Esta también parece haber sido una petición perfectamente legítima.
Jesús tenía un precedente bíblico para concederla. Elías había permitido que
Eliseo se despidiera de su familia antes de asumir el trabajo al que había sido
llamado (1 Reyes 19:19-21).
Pero Jesús, el gran lector de los corazones de los hombres, sabía que
los dos casos no eran iguales. La petición de Eliseo vino de un corazón que
estaba ansioso por seguir, mientras que la de este hombre vino de uno que
estaba reacio a seguir. Ir a su casa y decir adiós era una manera de Eliseo
mostrar que estaba haciendo una ruptura radical con su antigua vida y
entregándose a su nueva tarea. Pero el hombre con el que Jesús estaba tratando
hizo su solicitud por un deseo de volver a casa para discutir y deliberar con
su familia si él estaba haciendo lo correcto. Era obvio que todavía no había
sido atrapado por el mismo espíritu que se apoderó de Eliseo, el espíritu que
de buena gana y disposición respondió al llamado de Dios.
Era un hombre que albergaba un corazón dividido. Una parte de él quería
seguir al Señor, mientras que otra parte quería quedarse en casa. Muchos sufren
de ese mismo corazón dividido. Quieren que sus pecados sean perdonados y seguir
a Cristo, pero también quieren seguir aferrados a la vida de pecado.
A todos ellos, Jesús ofrece la misma palabra que dio a este hombre. El
reino de Dios requiere de todo el corazón. Existe la misma posibilidad de que
una persona salva se aferre a su antigua vida de pecado y a su amor por el
mundo, a que un agricultor pueda arar un surco recto mirando en la dirección
opuesta.
¿Cómo te encuentran hoy a ti los relatos de estos tres hombres? ¿Has
abrazado a Cristo como tu Salvador? ¿Lo estás siguiendo? ¿O estás repitiendo
los errores de uno o más de estos hombres?
Por favor, no malinterpretes el mensaje de estos versículos. El Señor
Jesús no está diciendo a sus seguidores que no pueden tener posesiones o lazos
familiares. Otras enseñanzas de las Escrituras dejan claro que esto no es lo
que Jesús quiso decir en lo absoluto. Lo que él está enseñando es esto: la
salvación de nuestras almas es de una importancia tan vital y tan grande que
nada, sí, nada, se debe poner por delante de la misma. El confort personal y la
comodidad deben ser puestas a un lado. La tendencia a posponer las cosas por
falta de resolución debe ser abandonada. El amor a nuestra antigua vida tiene que
quedarse atrás. El Señor Jesús debe ser confiado y seguido. Nada es más
importante.
* Traducido al español y publicado en EL SONIDO DE LA
VERDAD con el permiso del autor. El contenido es un capítulo de su libro “How
to Live in a Dangerous World.” Publicado por Salvador Gómez Dickson en martes, abril 07, 2015