“… ¿Quién tiene
oro? Apartadlo. Y me lo dieron, y lo eché en el fuego, y salió este becerro.” Éxodo 32:24 (Leer: Éxodo 32:1-5, 19-26)
«Se cometieron errores», dijo un gerente mientras se
refería a la actividad ilegal en la que se había involucrado su empresa.
Parecía afligido, pero les echaba la culpa a otros, sin admitir que él había
hecho algo malo.
Algunos «errores» son simplemente errores: conducir en la
dirección equivocada, olvidarse de poner la alarma y que la comida se queme,
calcular mal el saldo de la cuenta bancaria. Pero, además, hay actos
deliberados que van mucho más allá, a los que Dios llama pecado. Cuando Dios le
preguntó a Adán y a Eva por qué habían desobedecido, de inmediato, se culparon
el uno al otro (Génesis 3:8-13). Aarón negó su responsabilidad cuando el pueblo
hizo un becerro de oro para adorar en el desierto. Le explicó a Moisés: «me […]
dieron [oro], y lo eché en el fuego, y salió este becerro.» (Éxodo 32:24). Como
si dijera: «Se cometieron errores».
A veces, es más
fácil culpar a otro que admitir nuestros errores. Así de peligroso es también intentar minimizar nuestro
pecado, llamándolo «un simple error», y no reconocer su verdadera naturaleza.
Cuando asumimos la responsabilidad, reconociendo nuestro
pecado y confesándolo, el Señor «es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad» (1ª Juan 1:9). Dios ofrece a sus hijos
perdón y restauración.
Señor, enséñame a confesar mis pecados.
El primer paso para recibir el perdón de Dios es admitir
que lo necesitamos.
(La Biblia en
un año: Marcos 11:19-33)
CINDY HESS
KASPER - (DEVOCIONAL “NUESTRO PAN DIARIO")


