“Y cuando esto corruptible se haya vestido de
incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se
cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde
está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? … Mas gracias
sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor
Jesucristo.” 1ª Cor 15:54-55, 57
La resurrección
determina lo que nosotros no podemos: victoria sobre la muerte.
La muerte es el
gran enemigo de la humanidad. Viene a todos sin excepción. Viola nuestro
dominio de la creación de Dios, rompe con relaciones, rompe familias y nos
ocasiona que lamentemos la pérdida de seres queridos. Sin embargo, la
resurrección de Cristo ha roto el poder de la muerte para los cristianos porque
“la muerte no se enseñorea más de él” (Rom 6:9).
En el pasaje de
hoy el apóstol Pablo nos recuerda la victoria final sobre la muerte que resulta
una vez que hemos sido transformados en nuestros cuerpos resucitados. Para este
punto Pablo cita del Antiguo Testamento a los profetas Isaías y Oseas. Al usar
la metáfora del aguijón de la muerte de Oseas, Pablo implica que la muerte dejó
su aguijón en Cristo, como una abeja deja su aguijón en su víctima. En la Cruz
Jesús llevó todo el aguijón de la muerte (el pecado) para que nosotros no
tuviéramos que hacerlo. Cuando la pena de muerte ha sido quitada, la muerte
simplemente interrumpe nuestra vida en la tierra y nos hace pasar al mundo
celestial donde adoraremos y alabaremos a Dios por siempre.
Pablo concluye
(v 57) agradeciéndole a Dios, quien nos proveyó del triunfo sobre el pecado y
la muerte. También nosotros deberíamos agradecerle a Dios quien a través de la
obra redentora de Cristo, nos dio lo que nunca hubiéramos podido obtener por
nosotros mismos. Dios nos promete a todos los creyentes el cielo a cambio de lo
terrenal y lo inmortal a cambio de lo mortal.
Con el triunfo
de Jesucristo sobre la muerte no tenemos ninguna razón para temer lo que la
muerte nos puede hacer. Por el contrario, debemos regocijarnos por la promesa
del Señor hacia nosotros sobre la próxima vida. “Y la muerte y el Hades fueron
lanzados al lago de fuego… Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya
no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor” (Apoc 20:14; 21:4).
JOHN MACARTHUR - (DEV. "VIDA NUEVA PARA EL MUNDO”)