“Como aquel a
quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros…” Isaías 66:13
(Leer: Isaías 66:12-16)
Mi amiga me confió el privilegio de sostener a su
preciosa hija de cuatro días de edad. Poco después de tomarla en mis brazos, la
bebé empezó a protestar. La abracé un poco más, puse suavemente mi mejilla
contra su cabeza, y empecé a hamacarla y a tararearle con delicadeza para
calmarla. A pesar de mis denodados esfuerzos y mis más de quince años de criar
hijos, no lo logré. Se ponía cada vez peor, hasta que volví a colocarla en el
hueco arrullador del brazo de su mamá. La paz la envolvió casi de inmediato;
dejó de llorar y su cuerpecito recién nacido se relajó en la seguridad en la
que ya confiaba. Mi amiga sabía exactamente cómo sostener y palmear a su hijita
para aliviar su malestar.
Dios consuela a
sus hijos como lo hace una madre: mostrando ternura, confiabilidad y diligencia
al esforzarse para calmar a su bebé.
Cuando estamos cansados o decepcionados, el Señor nos arrulla cariñosamente en
sus brazos. Como nuestro Padre y Creador, nos conoce íntimamente. Por eso,
podemos decir con el profeta: «¡Tú guardarás en perfecta paz a todos los que
confían en ti; a todos los que concentran en ti sus pensamientos!» (Isaías 26:3
NTV).
Cuando los problemas nos agobien, el consuelo está en
saber que Él nos protege y lucha por nosotros, sus hijos, como un padre
amoroso.
Señor, abrázame fuerte.
El consuelo de Dios nos calma por completo.
(La Biblia en
un año: Lucas 1:57-80)
KH -
(DEVOCIONAL “NUESTRO PAN DIARIO")