Año 1 - Semana: 48 - Día: 5
LEE Salmos 30:1-12
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Observemos qué estados de ánimo provoca una dolencia y alabemos la curación
divina.
MEDITA. Los hijos de Dios no somos inmunes a las
enfermedades. Cualquier dolencia nos hace recordar lo frágil que es nuestra
existencia humana. La experiencia compartida por el salmista nos permite ver
las más variadas reacciones, cuando enfrentamos una enfermedad mortal. La
actitud con que encaremos un problema de salud será fundamental para nuestra
recuperación. Un joven misionero, al ver a una hermana con su brazo enyesado,
exclamó: “¡Qué bien; tienes el otro brazo bueno!” El salmista quería alabar a
Dios por su recuperación, pero también por su enfermedad mortal (1-3). Y aunque
hay personas que disfrutan cuando un hijo de Dios sufre y cuestionan su fe
cristiana, podemos hacer nuestras estas palabras: "Señor, mi Dios, te pedí
ayuda y me sanaste." (2)
El testimonio de quienes han sido sanados milagrosamente por
el Señor, es una manera de animar a otros que pueden estar sufriendo, y de fortalecer la confianza en
Dios de toda una comunidad de creyentes (4-5). Este salmo no sólo demuestra lo contrario;
también nos dice que no debemos jactarnos con soberbia de nuestra condición de
creyentes (6). Más bien debemos vivir en continua dependencia de Dios, con la
seguridad de que por su misericordia recibimos la sanidad. (10)
Toda experiencia de
sufrimiento físico produce un cambio en la vida. Los que han padecido una
enfermedad mortal y han sido liberados, han convertido su lamento en gozo; han
cambiado la ropa de luto por la de fiesta. Tampoco han podido guardar silencio.
(11-12)
APLICA. En tiempo de enfermedad, ¿qué
actitud adoptas en relación contigo, con los demás y con Dios? ¿Estás
consciente que es propio de la vivencia humana pasar por dolencias? ¿Dependes
de Dios cuando estás sano y cuando estás enfermo?
ORA. ¡Señor, mi Dios, siempre te daré gracias! ¡Tú eres mi sanador
y el que levanta mi cabeza!
UNIÓN BÍBLICA INTERN. - (Dev. “ENCUENTRO CON DIOS”)