“Ciertamente me
gocé mucho cuando vinieron los hermanos y dieron testimonio de tu verdad, así
como tú andas en la verdad.” 3ª Juan 3
La verdad estaba en Gayo y Gayo andaba en la verdad. Si lo primero no
hubiese sido cierto no habría ocurrido lo segundo; y si lo segundo no se
hubiese podido decir, lo primero habría sido una mera pretensión. La verdad
debe entrar en el alma, penetrar en ella y saturarla, de lo contrario no tiene
valor alguno. Las doctrinas que sólo se profesan como credo, son semejantes al
pan en la mano: no suministran alimento al cuerpo. Pero la doctrina aceptada
por el corazón, es como el alimento digerido, que, por asimilación, sostiene y
vigoriza el cuerpo. La verdad debe ser en nosotros una fuerza viva, una energía
activa, una realidad permanente y una parte de la trama y urdiembre de nuestro
ser. Si la verdad está en nosotros, no podremos, en adelante, deshacernos de
ella. Un hombre puede perder sus vestidos o los miembros de su cuerpo, pero sus
órganos interiores son vitales, y no pueden ser arrancados sin la pérdida de la
vida.
Un cristiano
puede morir, pero no puede negar la verdad. Es una ley de la naturaleza que lo
interno afecta lo externo. La luz resplandece desde el centro del farol a
través del vidrio. Cuando la verdad se enciende dentro del corazón, su
resplandor pronto se manifiesta en la vida y en la conversación. Se dice que
los alimentos de ciertos gusanos dan color al capullo de seda que ellos hacen.
De la misma manera el alimento del cual vive el hombre interior da a sus
palabras y obras un tinte peculiar. Andar en la verdad denota una vida de
integridad, santidad, fidelidad y sinceridad, que es el resultado de los
principios de verdad que nos enseña el Evangelio y que el Espíritu Santo nos
permite recibir. ¡Oh Espíritu de gracia!, permítenos ser hoy regidos y
gobernados por tu santa autoridad, de suerte que nada falso o pecador reine en
nuestros corazones.
CHARLES
SPURGEON - (Dev. “LECTURAS MATUTINAS”)