“[Cristo Jesús]
se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.” Filipenses 2:8 (Leer: Filipenses 2:1-11)
A muchos nos obsesiona la fama, ya sea que se trate de
experimentarla personalmente, o de conocer la vida de personas famosas a través
de libros o películas sobre giras internacionales, presentaciones en
espectáculos nocturnos o sus millones de seguidores en Twitter.
En un estudio reciente en Estados Unidos, se clasificó el
nombre de individuos famosos mediante un algoritmo desarrollado especialmente
para evaluar datos en Internet. Jesús encabezó la lista como la persona más
famosa de la historia.
Sin embargo, a Jesús nunca le interesó ser una
celebridad. Cuando estuvo en la Tierra, jamás buscó fama (Mateo 9:30; Juan
6:15), aunque esta lo alcanzó cuando noticias sobre Él se difundieron por toda
Galilea (Marcos 1:28; Lucas 4:37).
Dondequiera que
Jesús iba, se reunían multitudes. Sus milagros atraían a la gente. Pero, cuando intentaron forzarlo para que fuera rey, se
escabulló (Juan 6:15). Aunque compartía con su Padre el mismo propósito, se
sujetaba a la voluntad y el tiempo de Él (4:34; 8:29; 12:23). «Se humilló a sí
mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses
2:8).
La meta de Jesús nunca fue la fama. Su propósito era
sencillo: como el Hijo de Dios, se ofreció humilde, obediente y voluntariamente
como el sacrificio por nuestros pecados.
Señor, exaltado eres sobre todos los demás.
Jesús no vino para ser famoso, sino para ofrecerse
humildemente en sacrificio por nuestros pecados.
(La Biblia en
un año: Santiago 5:1-20)
CINDY HESS
KASPER - (DEVOCIONAL
“NUESTRO PAN DIARIO")