“Bienaventurado tú, oh Israel, ¿quién como tú,
pueblo salvo por Jehová?” Deuteronomio
33:29
El que afirma
que el cristianismo hace miserables a los hombres, demuestra que lo desconoce
enteramente. ¡Es, en verdad, extraño que nos haga miserables, si consideramos
la alta posición a la cual nos eleva! El nos hace hijos de Dios. ¿Crees tú que
Dios ha de dar a sus enemigos toda su felicidad, y reservará para su propia
familia todo el dolor? ¿Tendrán sus enemigos alegría y gozo y los nacidos en su
casa heredarán aflicción y desdicha? ¿El pecador que no conoce a Cristo se
tendrá por rico y feliz, y nosotros iremos lamentándonos como si fuéramos
miserables mendigos? ¡No! Nosotros nos gozaremos en el Señor siempre, y nos
gloriaremos en nuestra herencia, pues nosotros “no hemos recibido el espíritu
de servidumbre para estar otra vez en temor; mas hemos recibido el espíritu de
adopción, por el cual clamamos: Abba, Padre”.
La vara de la disciplina tiene que estar sobre
nosotros en cierta proporción, pues ella nos trae dulces frutos de justicia. De modo que,
con la ayuda del divino Consolador, nosotros, “el pueblo salvado por el Señor”,
nos gozaremos en el Dios de nuestra Salvación. Nosotros nos hemos desposado con
Cristo. ¿Permitirá el sublime Esposo que su esposa se consuma en un constante
dolor? Nuestros corazones están unidos a él; nosotros somos sus miembros, y
aunque por un tiempo suframos, como una vez sufrió nuestra Cabeza, sin embargo,
aun ahora somos bendecidos en él con toda bendición espiritual. Tenemos las
arras de nuestra herencia en los consuelos del Espíritu, que no son pocos ni
insignificantes. Herederos de gozo sempiterno, gustamos anticipadamente de
nuestra porción. Hay destellos de esa luz de gozo que nos anuncian el amanecer
de nuestro eterno día. Nuestras riquezas están más allá el mar; nuestra ciudad
de sólidos fundamentos está de la otra parte del río.
CHARLES SPURGEON - (Dev. “LECTURAS MATUTINAS”)