“Tampoco dudó
[…] de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe…” Romanos 4:20
(Leer: Romanos 4:18-25)
«Tienes que tener fe», dice la gente. Pero ¿qué significa
eso? ¿Cualquier fe es una fe buena?
«Cree en ti mismo y en lo que eres —escribió un pensador
hace un siglo—. En ti hay algo más grande que cualquier obstáculo». Por muy
bonito que suene esto, se hace pedazos cuando se estrella contra la realidad.
Necesitamos fe en algo más grande que nosotros mismos.
Dios prometió a Abram una multitud de descendientes
(Génesis 15:4-5), pero enfrentaba un obstáculo enorme: era anciano y no tenía
hijos. Cuando él y Sara se cansaron de esperar que el Señor cumpliera su
promesa, trataron de vencer esa traba por sí solos. El resultado fue una
familia dividida y mucha discordia innecesaria (Génesis 16; 21:8-21).
Nada de lo que
Abraham hizo por su propia fuerza funcionó. Sin embargo, al final, fue conocido
como un hombre de gran fe. Pablo dijo de
él: «creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas
gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia (Romanos
4:18). Esta fe, dijo Pablo, «le fue contada por justicia» (v. 22).
La fe de Abraham estaba puesta en algo mucho más grande
que él: en el Dios único. Lo que marca toda la diferencia es el objeto de
nuestra fe.
Señor, quiero tener una fe fuerte en ti; no en mí mismo,
en mis capacidades ni en otros.
Nuestra fe es buena si está puesta en la Persona
correcta.
(La Biblia en
un año: Efesios 3:1-21)
TIM GUSTAFSON -
(DEVOCIONAL “NUESTRO PAN DIARIO")