LOS DÍAS MALOS Y TRISTES
TAMBIÉN SON
PARTE DE LA OBRA DE DIOS
Por Salvador Gómez Dickson
“Entre tanto que éste hablaba, vino
otro que dijo: Tus hijos y tus hijas estaban comiendo y bebiendo vino en casa de
su hermano el primogénito; y un gran viento vino del lado del desierto y azotó
las cuatro esquinas de la casa, la cual cayó sobre los jóvenes, y murieron; y
solamente escapé yo para darte la noticia.” (Job 1:18–19 RVR60)
El contenido de estos versículos representa un cúmulo inimaginable de
dolor y tristeza. Job perdió a todos sus hijos en un instante. No perdió uno;
no perdió dos; perdió a sus diez hijos en un instante. Fue sólo una parte de
todas las aflicciones que recayeron sobre este justo. ¡Pero qué parte! La
providencia le asestó un golpe directo al corazón que debió dejarle sin
fuerzas. Si hubiéramos podido medir el nivel de dolor emocional que experimentó,
el medidor habría llegado al tope.
Lo más impactante de esta historia es la forma en que Job reaccionó ante
su conocimiento de que nada puede detener las actuaciones soberanas de Dios en
nuestras vidas. El hombre puede cuestionarlas, pero no detenerlas, y en última
instancia seremos nosotros los que daremos cuenta ante Él por nuestras acciones
y reacciones. Dios nunca será puesto en el banquillo de los acusados.
He aquí la reacción de Job:
“Entonces Job se levantó, y rasgó su
manto, y rasuró su cabeza, y se postró en tierra y adoró, y dijo: Desnudo salí
del vientre de mi madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó;
sea el nombre de Jehová bendito.” (Job 1:20-21 RVR60)
Cuán claro estaba este patriarca. Estaba muy consciente del derecho
divino a dar y a quitar. Es el dueño del universo, y eso nos incluye a todos. Es el dueño de nuestras vidas. El apóstol
Pablo lo llama “el Alfarero”. Nosotros somos sus vasijas.
En el siguiente capítulo vemos a Job perder su salud con una enfermedad de
cuerpo entero (2:7). El último
versículo del capítulo nos deja a entrever algo de la cantidad de sufrimiento
que estaba experimentando: “su dolor era muy grande” (2:13b). Su esposa no aguantó más. El dolor se convirtió en ira, en
ira contra Dios. “Maldice a Dios, y muérete” (2:9), fueron sus palabras a Job. La respuesta de su esposo es
memorable una vez más. “¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo
recibiremos?” (2:10). La narración
se encarga de hacernos saber que en medio de todo el proceso Job no pecó.
“En todo esto no pecó Job, ni
atribuyó a Dios despropósito alguno” (1:22).
“En todo esto no pecó Job con sus labios” (2:10b).
En el caso de este hombre el resto del libro nos entera lo que Dios
estaba haciendo en su vida. Esa enorme tristeza que le embargó, ese gran dolor
que experimentó, fueron parte de la obra que nuestro Padre soberano estaba
haciendo en su vida. Y así la está llevando a cabo en nuestras vidas. El amor
redentor de nuestro Salvador no crea un campo de fuerza a nuestro alrededor para
impedir que los días malos vengan a nuestras vidas, pero sí garantiza que las lágrimas de nuestras tristezas moldeen
nuestro carácter y nos hagan cada vez más semejantes a Él.
Nuestro Alfarero todavía está trabajando. Su obra no ha concluido. Los
golpes de sus cinceles seguirán siendo dolorosos. Pero no te desalientes ni le
atribuyas despropósito alguno. Nada detendrá la obra que se ha propuesto
concluir. Nuestra verdadera satisfacción vendrá cuando despertemos a su
semejanza (Sal. 17:15).