Podría ser una experiencia
humillante para algunos de nosotros los hombres que se nos dejara ver cuánto de
valor espiritual permanente está siendo llevado a cabo por las mujeres en las
iglesias. Como en los días de su carne, Cristo sigue teniendo devotas
seguidoras que van bien dispuestas en pos de Él y que le sirven. La tendencia
masculina a tener en menos a estas «damas elegidas» no habla demasiado bien de
los miembros varones de la comunidad espiritual. Nos conviene algo más de
humildad, y también un poco de gratitud.
Si la oración
es (como creemos en verdad) una parte integral del esquema general divino de
las cosas, y tiene que ser ofrecida si se debe llevar a cabo la voluntad de
Dios, entonces las oraciones de las miles de mujeres que se reúnen cada semana
en nuestras iglesias son de valor inestimable para el reino de Dios. Que tengan
más poder, y que su número se incremente diez veces.
Pero
guardémonos de no caer en el pusilánime hábito de depender de que las mujeres
de la iglesia oren por nosotros. Si nuestro trabajo nos impide, como sucede
normalmente, celebrar reuniones de oración durante el día, compensémoslo de
alguna manera, y cuidémonos de que oramos tanto como debiéramos.
La oración no es una tarea que pueda ser
encomendada a uno u otro grupo en la iglesia. Es responsabilidad de cada uno
de nosotros; es el privilegio de cada uno de nosotros. La oración es la
respiración de la iglesia; sin ella nos asfixiamos, y al final morimos, como un
cuerpo vivo que se vea privado del aliento de la vida. La oración no conoce
sexo, porque el alma no tiene sexo, y es el alma la que debe orar. Las mujeres
pueden orar, y sus oraciones recibirán respuesta; pero lo mismo puede orar el
varón, y así debieran hacerlo si quieren llenar el puesto que Dios les ha dado
en la iglesia.
Guardémonos de
que no nos deslicemos imperceptiblemente a un estado en el que las mujeres oran
y los varones dirigen las iglesias. Los hombres que no oran no tienen derecho
alguno a dirigir asuntos de la iglesia. Creemos en el liderazgo de hombres
dentro de la comunidad espiritual de los santos, pero este liderazgo debiera ser
alcanzado por valía espiritual.
El liderazgo
exige visión, ¿y de dónde vendrá la visión excepto de horas pasadas en la
presencia de Dios en oración ferviente y humilde? En igualdad de condiciones, una mujer que ora conocerá la voluntad de
Dios para la iglesia mucho mejor que un hombre que no lo hace.
No abogamos
aquí por la entrega de las iglesias a las mujeres, pero sí que abogamos por un
reconocimiento de los apropiados requerimientos para el liderazgo entre los
varones si es que quieren seguir decidiendo la dirección que las iglesias deben
tomar. El accidente de ser varón no es suficiente. Sólo la hombría espiritual
califica para ello.
«Búscaos, pues,
hermanos, de entre vosotros a siete varones de buen testimonio, llenos del
Espíritu Santo y de sabiduría, a quienes encarguemos de este trabajo» (Hechos
6:3). Los hombres escogidos como consecuencia de esta instrucción se
convirtieron en los primeros diáconos de la iglesia. Así fue como la dirección
de ciertos asuntos de la iglesia fue encomendada a hombres espiritualmente
calificados. ¿No deberíamos nosotros mantener hoy día la misma norma?
A. W. TOZER - (“CAMINAMOS
POR UNA SENDA MARCADA")


