jueves, 13 de agosto de 2015

Por qué algunos cristianos caen mal 13 agosto




En ocasiones los cristianos sufrimos oposición y persecución por razones que nada tienen que ver con nuestra piedad. Nos gusta creer que es nuestra espiritualidad lo que irrita a la gente, cuando, en realidad, puede que sea nuestra personalidad.

Cierto, el espíritu de este mundo está opuesto al Espíritu de Dios; el que es nacido de la carne perseguirá al nacido del Espíritu. Pero, una vez admitido todo esto, sigue siendo cierto que algunos cristianos se ven en problemas por su culpa, y no por su semejanza al carácter de Cristo. Más nos valdría admitirlo y hacer algo acerca de ello. Ningún bien nos puede venir de tratar de ocultar nuestros desagradables e irritantes rasgos de carácter detrás de un versículo de las Escrituras.

Uno de los extraños hechos de la vida es que los pecados groseros son frecuentemente menos ofensivos y siempre más atractivos que los espirituales. El mundo puede tolerar a un borracho o a un glotón o a un sonriente fanfarrón, mientras que desencadenará su furia salvaje contra el hombre de vida externamente justa que se hace culpable de aquellos refinados pecados que no reconoce como tales, pero que pueden ser mucho más pecaminosos que los pecados de la carne.

Todo acto adquiere más potencia al ir dirigiéndose hacia el interior, al corazón. Por esta razón, los pecados del espíritu son más inicuos que los del cuerpo. Esto lo ilustró poderosamente la actitud de nuestro Señor para con estas dos clases de pecados y las dos correspondientes clases de pecadores. Él fue amigo de publícanos y rameras, y enemigo de los fariseos.

Todo pecado es pecaminoso, y será fatal para el alma si no es perdonado y limpiado. Pero con respecto a intensidad de iniquidad, los pecados del espíritu tienen una especial categoría. Y, sin embargo, son precisamente los pecados que con mayor probabilidad son cometidos por personas religiosas.

El pecador descuidado se expresa abiertamente, y así «libera» la tensión moral. El pecador religioso no lo hace así generalmente. Escarnece los actos externos de maldad, y empuja su pecado hacia el santuario de su alma, donde permanece en estado de alta presión. La notoria acritud de muchas personas religiosas puede explicarse de esta manera.

Podría ser un choque turbador para nosotros saber por qué le disgustamos a la gente, y por qué nuestro testimonio es rechazado tan violentamente. ¿Podría ser que somos culpables de una profunda pecaminosidad de carácter que no podemos ocultar? Arrogancia, falta de caridad, menosprecio a los demás, pretensión de justicia, esnobismo religioso, disposición a criticar a los demás, y todo esto mantenido bajo un cuidadoso freno y disfrazado por una sonrisa piadosa y un buen humor artificial. Esta especie de cosa es sentida más que comprendida por parte de los que nos tocan en la vida diaria. Ellos no saben por qué no pueden aguantarnos, pero ¡nosotros estamos seguros de que la razón es nuestro exaltado estado de espiritualidad! Peligrosa consolación ésta. Mejor sería escudriñar a fondo el corazón y un arrepentimiento prolongado.

Pero no demos por supuesto que si somos perseguidos se debe a nuestras faltas. Puede ser por la razón opuesta. Puede que nos aborrezcan porque primero han aborrecido a Cristo, y si es así, entonces somos verdaderamente bienaventurados. Lo que se debe tener presente es que no se debe dar nada por supuesto. Puede que seamos mejor de lo que nos pensamos, pero esto no es muy probable. Mejor es ser humildes.


A. W. TOZER - (“CAMINAMOS POR UNA SENDA MARCADA")







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