Juliana de Norwich.
Al comenzar su maravillosa vida cristiana, dirigió una oración a su Salvador, y
luego añadió estas sabias palabras: «Y esto te pido sin condición alguna.»
Fue esta última
sentencia la que le dio poder para el resto de su oración, y que trajo la
respuesta en poderosas avenidas al ir transcurriendo los años. Dios pudo
responder a la oración de ella porque no tenía que hacer ningún tipo de
arreglos con ella. No cercó sus oraciones con ningún tipo de limitaciones ni
condiciones. Quería ciertas cosas de Dios a toda costa. Por así decirlo. Dios
sólo tenía que enviarle la factura. Ella estaba dispuesta a pagar cualquier
precio para lograr lo que consideraba bueno para su alma y para la gloria de su
Padre Celestial. Esto es orar de verdad.
Muchos de
nosotros echamos a perder nuestras oraciones siendo demasiado «delicados» con
el Señor (como lo expresó un antiguo escritor). Pedimos con el tácito
sobrentendido de que el coste tiene que ser razonable. No obstante, ¡todo tiene
un límite, y no queremos ser fanáticos! Queremos la respuesta como algo
añadido, no algo quitado. No queremos nada radical ni fuera de lo ordinario, y
querernos que Dios se acomode a nuestras conveniencias. Así, incluimos un
pliego de condiciones con cada una de nuestras oraciones, lo que le hace imposible
a Dios responderla.
En un mundo como el nuestro, el valor es una virtud
indispensable. El cobarde puede acurrucarse en su rincón, pero el valiente
alcanza el premio. Y en el reino de Dios el valor es tan necesario como en
el mundo. El alma tímida es tan digna de lástima sobre sus rodillas como en
sociedad.
Cuando entramos
en la cámara de oración, tenemos que entrar llenos de fe y armados de valor. En
ningún otro lugar del campo del pensamiento religioso se precisa de tanto valor
como en la oración. El orante eficaz tiene que serlo sin condiciones. Tenemos
que creer que Dios es amor, y que, siendo amor, no puede hacernos daño, sino
siempre bien. Entonces tenemos que echarnos delante de Él y orar osadamente por
todo lo que sepamos que nuestro bien y su gloria demandan, ¡y el costo no se
interpondrá! Todo aquello que Él en su amor y sabiduría pueda valorar en contra
de nosotros, lo aceptaremos complacidos porque así le complace a Él. Una oración
así no puede quedar sin respuesta. El carácter y la reputación de Dios
garantizan su cumplimiento.
Debiéramos
siempre mantener en mente la infinita bondad de Dios. Nadie tiene que temer el poner
su vida en sus manos. Su yugo es fácil; su carga es ligera.
A. W. TOZER - (“CAMINAMOS
POR UNA SENDA MARCADA")


