lunes, 17 de agosto de 2015

Orando sin condiciones 17 agosto




Juliana de Norwich. Al comenzar su maravillosa vida cristiana, dirigió una oración a su Salvador, y luego añadió estas sabias palabras: «Y esto te pido sin condición alguna.»

Fue esta última sentencia la que le dio poder para el resto de su oración, y que trajo la respuesta en poderosas avenidas al ir transcurriendo los años. Dios pudo responder a la oración de ella porque no tenía que hacer ningún tipo de arreglos con ella. No cercó sus oraciones con ningún tipo de limitaciones ni condiciones. Quería ciertas cosas de Dios a toda costa. Por así decirlo. Dios sólo tenía que enviarle la factura. Ella estaba dispuesta a pagar cualquier precio para lograr lo que consideraba bueno para su alma y para la gloria de su Padre Celestial. Esto es orar de verdad.

Muchos de nosotros echamos a perder nuestras oraciones siendo demasiado «delicados» con el Señor (como lo expresó un antiguo escritor). Pedimos con el tácito sobrentendido de que el coste tiene que ser razonable. No obstante, ¡todo tiene un límite, y no queremos ser fanáticos! Queremos la respuesta como algo añadido, no algo quitado. No queremos nada radical ni fuera de lo ordinario, y querernos que Dios se acomode a nuestras conveniencias. Así, incluimos un pliego de condiciones con cada una de nuestras oraciones, lo que le hace imposible a Dios responderla.

En un mundo como el nuestro, el valor es una virtud indispensable. El cobarde puede acurrucarse en su rincón, pero el valiente alcanza el premio. Y en el reino de Dios el valor es tan necesario como en el mundo. El alma tímida es tan digna de lástima sobre sus rodillas como en sociedad.

Cuando entramos en la cámara de oración, tenemos que entrar llenos de fe y armados de valor. En ningún otro lugar del campo del pensamiento religioso se precisa de tanto valor como en la oración. El orante eficaz tiene que serlo sin condiciones. Tenemos que creer que Dios es amor, y que, siendo amor, no puede hacernos daño, sino siempre bien. Entonces tenemos que echarnos delante de Él y orar osadamente por todo lo que sepamos que nuestro bien y su gloria demandan, ¡y el costo no se interpondrá! Todo aquello que Él en su amor y sabiduría pueda valorar en contra de nosotros, lo aceptaremos complacidos porque así le complace a Él. Una oración así no puede quedar sin respuesta. El carácter y la reputación de Dios garantizan su cumplimiento.

Debiéramos siempre mantener en mente la infinita bondad de Dios. Nadie tiene que temer el poner su vida en sus manos. Su yugo es fácil; su carga es ligera.


A. W. TOZER - (“CAMINAMOS POR UNA SENDA MARCADA")







TRADUCCIÓN