La verdad
resuelve algunas dificultades y crea otras.
«La verdad os
hará libres»; esto es, libres de los males, de los yugos, de las cargas que
impone el pecado. Pero esta misma verdad conlleva problemas de otra clase. Y no
puede ser de otra manera, ya que estamos obligados a mantener la verdad en un
mundo dedicado a la mentira. La sociedad humana está en callada conspiración contra
la verdad cuando toca a cosas espirituales y morales. El alma dedicada a la
verdad de Dios nunca es popular entre las multitudes. Le hacen pagar su amor a
la verdad. Y esto le crea un problema.
Siempre y en
cada momento en que la verdad es encamada en un hombre, aquel hombre va a ser
blanco de todo tipo de oposición, desde el casual insulto envenenado de un
pretendido amigo hasta la campaña cuidadosamente preparada de un enemigo
declarado. El problema que esto le crea al hombre que se mantiene por la verdad
es cómo aceptar estos ataques con un espíritu de caridad, cómo mantener la
cabeza fría y paciente cuando todos sus viejos reflejos naturales le apremian a
devolver golpe por golpe con cada arma a su disposición.
El hombre al que Cristo ilumina con su mensaje
tiene ojos y esto resuelve el viejo problema de la ceguera; pero tiene
que emplear sus nuevos ojos en un mundo de ciegos, y esto suscita otro
problema. Sumido en su ceguera el mundo se resiente de la afirmación que él
hace de poder ver, y hará todo lo posible para desacreditar su afirmación. La
verdad de Cristo da certidumbre, y elimina por ello el anterior problema del
temor y de la incertidumbre, pero esta certidumbre será interpretada como
fanatismo por las multitudes acosadas por el temor. Y más tarde o más temprano
este malentendido causará problemas al hombre de Dios. Y así con muchos otros
de los bienaventurados beneficios del evangelio. En tanto que permanezcamos en
este mundo retorcido, estos beneficios suscitarán sus propios problemas. No
podemos escapar a ellos.
Pero ningún
cristiano instruido se va a quejar por ello. Más bien aceptará sus problemas
como oportunidades para el ejercicio de las virtudes espirituales. Las tornará
en disciplinas útiles para la purificación de su vida y se regocijará de que se
le permita sufrir con su Señor. Porque por muy severas que puedan ser las
pruebas de un cristiano, no pueden durar mucho tiempo, y el bendito fruto que
producen permanecerá por las edades eternas.
A. W. TOZER - (“CAMINAMOS
POR UNA SENDA MARCADA")


