A cada uno de
nosotros Dios le ha dado un depósito según a Él le ha parecido bien: más a
unos, menos a Otros. Y por cuanto Dios nada nos debe, todo lo que nos da puede
ser atribuido a su inmerecida generosidad. El hombre con una provisión mayor no
osará quejarse contra Dios por haberle dado menos que lo recibido por su
vecino. Los dones de Dios no son deudas
que Él nos pague, sino dones gratuitos que nos otorga de su pura misericordia.
Una cosa que se
enseña abundantemente en las Sagradas Escrituras es que mientras que Dios nos
da libremente sus dones, Él nos exigirá una cuenta estricta de los mismos al
final del camino. Cada hombre es personalmente responsable de su provisión, sea
ésta grande o pequeña, y se le demandará que explique el uso hecho de la misma
delante del tribunal de Cristo.
La «provisión»
no es nada nuevo, sino la familiar relación de las posesiones humanas: tiempo,
talentos, bienes terrenales, oportunidades. Aunque son cosa tan común como la hierva
junto al camino, su desperdicio constituye una de las más abrumadoras tragedias
de la vida.
Primero, tenemos el tiempo. A ninguno de
nosotros le sobra. El cuervo que bate las alas sobre el prado probablemente vivirá
más tiempo que el que más viejo llegue de nosotros. El árbol que arroja su
sombra sobre la soñolienta vaca en los pastos puede que también haya visto el
paso de nuestro abuelo cuando era un chico, y puede que permanezca para
contemplar el paso de los hijos de nuestros hijos. Y que tengamos tan poca provisión
de tiempo constituye una poderosa razón para que aprovechemos al máximo el que
tenemos. Pero ¿cuántas horas no pasamos no haciendo nada o haciendo lo que no
debiéramos? Nuestro cínico desperdicio de precioso tiempo podría ser una razón
de por qué no se nos da más. ¿Quién lo sabe? Jesús dijo una vez: «... Recoged los
pedazos que sobraron, para que no se pierda nada.» (Juan 6:12)
El tiempo
perdido ya no se puede recuperar. Aunque simpaticemos con el contenido
emocional de la vieja canción: «Vuelve, oh vuélvete, tiempo, en tu volar», es
sin embargo, difícil concebir una apelación más inútil. El tiempo no vuelve
para atrás. Un viejo no rejuvenece, sino que el Joven envejece. Así ha sido
siempre, y así siempre será. El ave del tiempo pasa delante de nosotros y desaparece:
«las hojas de la vida siguen cayendo una a una, y el vino de la vida sigue
escapando gota a gota». Tenemos que trabajar mientras se dice «hoy».
Luego tenemos los talentos. Éstos están
incluidos en la provisión global que nos ha concedido nuestro Padre Celestial.
Tanto si tenemos uno como muchos talentos, al final tendremos que rendir
cuentas, y el factor decisorio para nosotros no será cuántos talentos tuvimos
sino lo que hicimos con ellos. La historia del hombre que enterró su talento en
tierra es una lectura inquietante para el cristiano negligente que descuida
hacer uso de sus dones. Algunos con unos dones modestos han obtenido una
brillante hoja de servicios espirituales; otros con muchas mayores capacidades
han jugueteado durante el verano de la vida como la cigarra de la fábula,
dejando sus dones sin usar mientras que el tiempo iba pasando. Esto, repetimos,
es una tragedia, y que sea cosa común no lleva a hacerlo menos trágico.
El dinero es otro apartado. Los
cristianos americanos ganan tanto y lo gastan tan a manos llenas que han
llegado inconscientemente a darlo por supuesto, y han olvidado que serán
estrictamente Juzgados por el uso que hayan hecho del mismo. El Señor sigue
estando de pie en la tesorería, y observando lo que se pone allí. Esto ha sido transformado
en un chiste por unos humoristas que están siempre listos a encontrar algo
divertido en cada referencia al dinero. Pero se puede decir sin ningún género
de dudas que habrá pocas risas cuando el Señor, con sus ojos como llama de
fuego, pase a revisar nuestras cuentas y lleve a cabo una Justa auditoría. Más
valdría que hagamos nosotros ahora una pequeña auditoría por nuestra cuenta
mientras hay tiempo de enmendar nuestros descuidos.
Dios nos ha
dado también abundancia de oportunidades. Una oportunidad se puede definir como
una circunstancia providencial que nos permite poner en función nuestro tiempo,
nuestro dinero y nuestros talentos. De todos los dones, es el más común, y es
el que hace que los otros dones nos sean de valor a nosotros y a la humanidad.
El cristiano sabio estará al quite de las oportunidades para hacer el bien, de
hablar la palabra de vida a los pecadores, de orar la oración intercesora que
puede mover al rescate.
El enemigo de la oportunidad es el ensimismamiento. Precisamente
cuando Dios nos envía una oportunidad para lograr una gran victoria para la
humanidad, algunos de nosotros estamos demasiado ocupados en otras cosas para
darnos cuenta de ella. O nos damos cuenta de ella cuando es demasiado tarde.
Los viejos griegos decían que la oportunidad tiene sólo un mechón, pero que por
detrás está bien afeitada. Si no se tomaba la oportunidad cuando llegaba, sería
en vano tratar de hacerse con ella cuando había ya pasado.
Es posible que
el peor efecto del despilfarro sea el hábito mental que origina. Dejar que el
tiempo, el dinero o los talentos se desperdicien es perjudicamos a nosotros
mismos. Es dañarnos en nuestro interior en lo más serio.
A. W. TOZER - (“CAMINAMOS
POR UNA SENDA MARCADA")


