sábado, 8 de agosto de 2015

La tragedia del despilfarro 8 agosto




A cada uno de nosotros Dios le ha dado un depósito según a Él le ha parecido bien: más a unos, menos a Otros. Y por cuanto Dios nada nos debe, todo lo que nos da puede ser atribuido a su inmerecida generosidad. El hombre con una provisión mayor no osará quejarse contra Dios por haberle dado menos que lo recibido por su vecino. Los dones de Dios no son deudas que Él nos pague, sino dones gratuitos que nos otorga de su pura misericordia.

Una cosa que se enseña abundantemente en las Sagradas Escrituras es que mientras que Dios nos da libremente sus dones, Él nos exigirá una cuenta estricta de los mismos al final del camino. Cada hombre es personalmente responsable de su provisión, sea ésta grande o pequeña, y se le demandará que explique el uso hecho de la misma delante del tribunal de Cristo.

La «provisión» no es nada nuevo, sino la familiar relación de las posesiones humanas: tiempo, talentos, bienes terrenales, oportunidades. Aunque son cosa tan común como la hierva junto al camino, su desperdicio constituye una de las más abrumadoras tragedias de la vida.

Primero, tenemos el tiempo. A ninguno de nosotros le sobra. El cuervo que bate las alas sobre el prado probablemente vivirá más tiempo que el que más viejo llegue de nosotros. El árbol que arroja su sombra sobre la soñolienta vaca en los pastos puede que también haya visto el paso de nuestro abuelo cuando era un chico, y puede que permanezca para contemplar el paso de los hijos de nuestros hijos. Y que tengamos tan poca provisión de tiempo constituye una poderosa razón para que aprovechemos al máximo el que tenemos. Pero ¿cuántas horas no pasamos no haciendo nada o haciendo lo que no debiéramos? Nuestro cínico desperdicio de precioso tiempo podría ser una razón de por qué no se nos da más. ¿Quién lo sabe? Jesús dijo una vez: «... Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada.» (Juan 6:12)

El tiempo perdido ya no se puede recuperar. Aunque simpaticemos con el contenido emocional de la vieja canción: «Vuelve, oh vuélvete, tiempo, en tu volar», es sin embargo, difícil concebir una apelación más inútil. El tiempo no vuelve para atrás. Un viejo no rejuvenece, sino que el Joven envejece. Así ha sido siempre, y así siempre será. El ave del tiempo pasa delante de nosotros y desaparece: «las hojas de la vida siguen cayendo una a una, y el vino de la vida sigue escapando gota a gota». Tenemos que trabajar mientras se dice «hoy».

Luego tenemos los talentos. Éstos están incluidos en la provisión global que nos ha concedido nuestro Padre Celestial. Tanto si tenemos uno como muchos talentos, al final tendremos que rendir cuentas, y el factor decisorio para nosotros no será cuántos talentos tuvimos sino lo que hicimos con ellos. La historia del hombre que enterró su talento en tierra es una lectura inquietante para el cristiano negligente que descuida hacer uso de sus dones. Algunos con unos dones modestos han obtenido una brillante hoja de servicios espirituales; otros con muchas mayores capacidades han jugueteado durante el verano de la vida como la cigarra de la fábula, dejando sus dones sin usar mientras que el tiempo iba pasando. Esto, repetimos, es una tragedia, y que sea cosa común no lleva a hacerlo menos trágico.

El dinero es otro apartado. Los cristianos americanos ganan tanto y lo gastan tan a manos llenas que han llegado inconscientemente a darlo por supuesto, y han olvidado que serán estrictamente Juzgados por el uso que hayan hecho del mismo. El Señor sigue estando de pie en la tesorería, y observando lo que se pone allí. Esto ha sido transformado en un chiste por unos humoristas que están siempre listos a encontrar algo divertido en cada referencia al dinero. Pero se puede decir sin ningún género de dudas que habrá pocas risas cuando el Señor, con sus ojos como llama de fuego, pase a revisar nuestras cuentas y lleve a cabo una Justa auditoría. Más valdría que hagamos nosotros ahora una pequeña auditoría por nuestra cuenta mientras hay tiempo de enmendar nuestros descuidos.

Dios nos ha dado también abundancia de oportunidades. Una oportunidad se puede definir como una circunstancia providencial que nos permite poner en función nuestro tiempo, nuestro dinero y nuestros talentos. De todos los dones, es el más común, y es el que hace que los otros dones nos sean de valor a nosotros y a la humanidad. El cristiano sabio estará al quite de las oportunidades para hacer el bien, de hablar la palabra de vida a los pecadores, de orar la oración intercesora que puede mover al rescate.

El enemigo de la oportunidad es el ensimismamiento. Precisamente cuando Dios nos envía una oportunidad para lograr una gran victoria para la humanidad, algunos de nosotros estamos demasiado ocupados en otras cosas para darnos cuenta de ella. O nos damos cuenta de ella cuando es demasiado tarde. Los viejos griegos decían que la oportunidad tiene sólo un mechón, pero que por detrás está bien afeitada. Si no se tomaba la oportunidad cuando llegaba, sería en vano tratar de hacerse con ella cuando había ya pasado.

Es posible que el peor efecto del despilfarro sea el hábito mental que origina. Dejar que el tiempo, el dinero o los talentos se desperdicien es perjudicamos a nosotros mismos. Es dañarnos en nuestro interior en lo más serio.


A. W. TOZER - (“CAMINAMOS POR UNA SENDA MARCADA")







TRADUCCIÓN