La mayor parte
de lectores recordarán (algunos con sólo una traza de nostalgia) sus primeros
esfuerzos para aprender la diferencia entre la voz activa y la pasiva en
gramática, y cómo al final se dieron cuenta de que en la voz activa el sujeto
del verbo ejecuta una acción, mientras que en la pasiva, la acción es ejecutada
sobre el sujeto. Así, «Yo amo» es una oración activa, y «Yo soy amado» es
pasiva.
Un buen ejemplo
de esta distinción se puede hallar en el cementerio más cercano. Allí el
enterrador es activo, y los muertos son pasivos. Uno actúa, mientras que los
otros reciben la acción.
Ahora bien, lo
que es normal en un cementerio puede ser -y en este caso es- totalmente anormal
en una iglesia. Y sin embargo, nos hemos amoldado a un estado en el que casi
toda la religión eclesial es pasiva. Un número limitado de profesionales actúa,
mientras que la masa de gente religiosa se contenta con recibir la acción. El ministro,
a semejanza del enterrador, ejecuta su servicio profesional, mientras que los
miembros de la congregación se relajan y pasivamente «disfrutan» del servicio.
Una razón para esta condición es el fracaso del
clero en comprender la verdadera naturaleza de la predicación. Hay el
pensamiento de que la obra del predicador es meramente instruir, mientras que
la verdadera obra del predicador es instruir con el fin de lograr una acción
moral de parte de los oyentes. En tanto en que no haya respuesta moral a la
instrucción, los oyentes son meramente pasivos, y tanto daría que estuvieran
muertos. En realidad, en un sentido están ya muertos.
Quisiéramos
aquí establecer una clara distinción entre la acción moral y la mera acción
religiosa. La verdad es que ya hay demasiado de este tipo de actividad popular
que hace poco más que agitar la superficie de la religión. Su movimiento
sinfín, semejante al de la rueda de una jaula de ardillas, da la impresión de
que están llevando a cabo muchas cosas, cuando en realidad no está sucediendo
nada realmente importante y no se está dando ningún progreso espiritual
genuino. De los tales debemos apartamos.
Por acción
moral nos referimos a una respuesta voluntaria al mensaje cristiano; no
meramente a la aceptación de Cristo como nuestro Salvador personal, sino al
sometimiento a la obligación implícita en la doctrina del Señorío de Cristo.
Tenemos que liberamos del inadecuado concepto del evangelio como siendo
meramente «buenas nuevas», y aceptar el significado total del mensaje cristiano
centrado en la cruz de Cristo. Tenemos que restaurar de nuevo a la iglesia la
idea de que la oferta de salvación por la fe en Cristo conlleva consigo la condición de que debe haber también una rendición
total de la vida a Dios en completa obediencia.
Todo lo que sea
menos que esto pone el todo en voz pasiva. Toda una vida de oír pasivamente la
verdad sin responder a ella paraliza la voluntad y provoca una degeneración de
engorde del corazón. El propósito de la Biblia es lograr un cambio moral y
espiritual en toda la vida. Si esto falla, todo lo demás puede ser en vano.
A. W. TOZER - (“CAMINAMOS
POR UNA SENDA MARCADA")