“Así que yo corro y lucho, pero no sin una meta definida…”
1 Corintios 9:26 RVC (Leer: 1
Corintios 9:19-27)
Un reloj expuesto en el Museo Británico me impactó por
ser una ilustración impresionante del efecto embotador de la rutina. Una
pequeña esfera de acero rueda por los surcos en vaivén de una plancha, hasta
que golpea una palanca en el otro extremo. Esto inclina la plancha hacia el
otro lado, y la esfera comienza a desplazarse en esa dirección, lo cual hace
mover las agujas del reloj. Cada año, la esfera recorre unos 4.000 kilómetros ,
pero sin llegar a ninguna parte.
Es fácil que la rutina nos atrape cuando no tenemos un
propósito importante. El apóstol Pablo anhelaba ser eficaz en dar a conocer el
evangelio: «Yo de esta manera corro, no como a la ventura; de esta manera
peleo, no como quien golpea el aire» (1 Corintios 9:26). Cualquier cosa puede
volverse monótona: viajar, predicar, enseñar y, en especial, estar confinado en
una cárcel. No obstante, Pablo estaba
convencido de que podía servir a Cristo, su Señor, en toda situación.
La rutina se torna letal cuando no le encontramos un
propósito. La visión de Pablo iba más allá de cualquier circunstancia limitante
porque su participación en la carrera de la fe no cesaría hasta cruzar la línea
de llegada. Al incluir a Jesús en cada aspecto de su vida, aun la rutina tenía
significado.
Señor, renueva mi visión de dar a conocer a Cristo aun en
mis rutinas.
Jesús puede transformar nuestra rutina en un servicio
valioso para Él.
(La Biblia en
un año: Salmos 120-122 – 1 Corintios 9)
DAVID McCASLAND
- (Devocional “NUESTRO PAN
DIARIO")