Era el tiempo
de la Pascua y Jesús estaba enseñando en el templo. Una gran multitud se reunió
para oírle, debido a su reputación de hablar profundas palabras de amor y a la
realización de las obras poderosas de Dios. Sin embargo, tan pronto como esta
multitud de plebeyos se reunió, los líderes religiosos se presentaron.
"Entonces los escribas y los fariseos le
trajeron una mujer sorprendida en adulterio" (Juan 8:3). Estos líderes
vieron a Jesús como una amenaza a su autoridad. Él representaba un fenómeno
nuevo cuyas enseñanzas exponían sus prácticas rígidas y de auto-justificación.
Ahora, ellos “le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo"
(8:6) y le preguntaron si la mujer debería ser apedreada de acuerdo a la Ley.
La escena se
desarrolla dramáticamente: “Jesús se inclinó y con el dedo comenzó a escribir
en el suelo. Y como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les
dijo:
—Aquel de
ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. E inclinándose de
nuevo, siguió escribiendo en el suelo. Al oír esto, se fueron retirando uno
tras otro, comenzando por los más viejos, hasta dejar a Jesús solo con la
mujer, que aún seguía allí. Entonces él se incorporó y le preguntó:
—Mujer, ¿dónde
están? ¿Ya nadie te condena?
—Nadie, Señor.
—Tampoco yo te
condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar.” (8:6-11 NVI).
¡Qué poderoso
momento! Jesús no solamente había
calmado una situación muy tensa, sino que había salvado literalmente la vida de
una persona. Todos los que participaron de la escena fueron transformados
por lo que pasó, no sólo la acusada, sino también los acusadores e incluso el
público.
Jesús aprovechó
el momento para ofrecer una de sus más famosas enseñanzas: "Yo soy la luz
del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida." (8:12 NVI). La luz de Dios en ese momento transformó todo.
GARY WILKERSON - (DEVOCIONAL DIARIO “ORACIONES”)