En el reino de
los cielos las cosas débiles se tornan poderosas, y las poderosas resultan
frecuentemente inútiles. Dios no ve las cosas como el hombre las ve, y las
cosas que son tenidas como grandes entre los hombres pueden ser menospreciadas
por el Dios Altísimo, hacedor de los cielos y de la tierra.
El valor carnal
tan apreciado en el reino de Adán puede ser la causa directa de una derrota
constante y humillante entre los cristianos. Dios no se encuentra necesitado de
emplear medios carnales para cumplir sus fines espirituales. La osada «fuerza
de carácter» que ayuda a los hombres a lanzarse al frente, a conseguir los mejores
trabajos, a dejar aturdidos a sus oponentes, puede resultar un verdadero
obstáculo en el camino de todos los esfuerzos para avanzar en la vida del
Espíritu. Dios da valor a los desalentados. Y al soberbio lo conoce de lejos.
De Adán
heredamos el instinto de enfrentarnos de cabeza a nuestros enemigos, de tratar
de vencer mediante un ataque directo, y es sólo después de muchos aturdidores
fracasos que aprendemos que no es así que se logran las victorias en el reino
de lo espiritual. El enfoque carnal hace generalmente poco más que alienar al
enemigo aún más de nosotros, y aún peor, nos sitúa en una posición en la que
Dios no puede ayudamos. El enemigo nunca sabe cómo tratar a un hombre humilde; está tan acostumbrado a tratar con gente
orgullosa y terca que un hombre manso perturba su programa.
Y, además, el
hombre verdaderamente humilde tiene a Dios luchando a su lado. ¿Y quién puede
vencer contra Dios.
Por entraño que
parezca, frecuentemente vencemos a nuestros enemigos sólo tras haber sido
absolutamente derrotados por el Señor mismo. Dios frecuentemente vence a
nuestros enemigos venciéndonos a nosotros. El derrotó a Esaú derrotando a Jacob
la noche antes en la ribera de Jabod. La victoria sobre Esaú tuvo lugar en su hermano
Jacob. Y a menudo es así. Cuando Dios prevé que tenemos que encontramos con un
oponente mortal.
El asegura
nuestra victoria trayéndonos humildes a sus pies. Después de ello, todo se hace
fácil. Nos hemos puesto en una posición en la que Dios puede luchar por
nosotros, y en una situación como ésta, el resultado ya está decidido desde
toda la eternidad.
A. W. TOZER - (“CAMINAMOS
POR UNA SENDA MARCADA")


